La consulta sobre el histórico tratado del 26 de octubre fue una jornada de victoria en las urnas, pero desagradable en su mensaje político. Con 2,7 millones de votos, los izquierdistas lograron un sólido resultado que los consolida como la fuerza más organizada del país. Sin embargo, lo que debería haber sido una demostración de madurez democrática dejó ecos de desconfianza institucional. En su intento de celebrar la victoria, el petrismo volvió a mostrar su cara contradictoria: un movimiento que gana, pero no confía; quien lidera, pero siempre se queja del sistema que lo apoya.
El contraste con 2022 es inevitable. En ese momento, Gustavo Petro arrasó con más de cinco millones de votos en la consulta que lo catapultó a la presidencia. Tres años después, su movimiento apenas alcanzaba la mitad de esa cifra. La diferencia no es sólo numérica: es simbólica. El entusiasmo cívico que acompañó a Petro en su ascenso se transformó en disciplina partidaria, sin el mismo entusiasmo. La izquierda sigue siendo fuerte, sí, pero ya no inspira. Lo que alguna vez fue una ola de esperanza hoy parece ser simplemente otra estructura de poder que depende de su mecanismo y su historia de victimismo para mantenerse a flote.
Lo más revelador de la jornada fue la insólita petición de la Convención Histórica de ampliar una hora la votación debido a supuestas «largas colas» en algunos lugares. Una petición que roza el absurdo: en una democracia, las reglas no cambian en mitad del juego. Se respeta la ley y el intento de cambiar el calendario electoral en tiempo real demuestra una peligrosa falta de seriedad. Ni siquiera en las recientes elecciones nacionales o presidenciales se había visto algo así. Esa actitud, lejos de fortalecer la confianza, la empeora. Porque si cada elección se convierte en una batalla política por el Registro Nacional, lo que está en juego no es el resultado, sino la legitimidad del sistema electoral.
Y ahí radica el gran problema: el petrismo parece incapaz de celebrar la victoria sin cuestionar las instituciones del Estado. Desde el presidente Petro hasta sus portavoces más visibles, el discurso volvió a girar en torno a la desconfianza: que las mesas eran pocas, que el software no es confiable, que el registro civil «no garantiza un voto libre. Lo mismo de siempre, incluso cuando ganan. En un país con una democracia frágil, este discurso tiene consecuencias. Si el sistema se lo piden al poder, ¿qué queda cuando ya no lo tienen?».
La consulta también dejó un mapa político predecible: la izquierda es fuerte en los márgenes, pero débil en los centros urbanos. Bogotá, que alguna vez fue un bastión progresista, redujo a la mitad su participación para 2022. En Antioquia y el eje cafetero, la fuerza del pacto sigue siendo baja. Iván Cepeda emerge como el gran ganador de la jornada, un político serio y disciplinado, pero sin el magnetismo de Petros. Su victoria interna le reivindica dentro del movimiento, aunque su reto es enorme: convencer a los votantes más moderados que le asocian con la izquierda más radical.
Además, la nueva cara del Covenant combina la funcionalidad digital con máquinas antiguas. Influencers, contratistas y gobernantes locales se mezclan en la lista para el Congreso, reflejando el pragmatismo que hoy domina el petrismo. Lo que alguna vez se presentó como una revolución moral terminó pareciéndose demasiado a lo que prometía cambiar. El mensaje de cambio ya no circula: se ha vuelto rutinario.
La consulta fue una victoria electoral, pero un revés. El pacto histórico demostró que todavía puede ganar, pero también que ha perdido su brújula moral. No es revolucionario pedir cambios en la agenda en medio de una votación, atacar el Registro Nacional y poner en duda las reglas del juego: es irresponsable. La izquierda colombiana, que alguna vez representó la esperanza de un nuevo comienzo, hoy parece atrapada en el poder y sus trampas. Y si bien Petro saluda la película como un éxito, lo cierto es que la consulta reveló algo más profundo: que su proyecto político, aunque sigue vivo, ya no golpea con la misma fuerza.
XG