Política

Una cumbre con más reveses que acuerdos – En un click

Una cumbre con más reveses que acuerdos

 – En un click

Santa Marta acoge el evento birregional en un contexto político desfavorable y con poca presencia de líderes europeos.

La IV Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y la Unión Europea llega este fin de semana a Santa Marta rodeada de anticipación y al mismo tiempo de cautela. Colombia, que ostenta la presidencia interina de la Comunidad Latinoamericana, recibe a representantes de 60 países -27 del viejo continente y 33 de América Latina y el Caribe- en un momento de gran complejidad geográfica.

El encuentro, que pretende dar nueva vida al debate bilateral, no puede evitar la sombra del contexto internacional. La guerra en Ucrania continúa reorganizando las alianzas, la presencia de China se está expandiendo implacablemente en América Latina y el poder estadounidense, a pesar de las tensiones con algunos gobiernos del sur, sigue siendo una fuerza imposible de ignorar. A todo esto hay que sumarle las divisiones políticas en el continente latinoamericano y la reciente inclusión del presidente Gustavo Petro Urrego en la lista Clinton, que ha provocado una inesperada torpeza diplomática.

Sólo 12 de los 60 dirigentes convocados confirmaron su asistencia. La ausencia de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, así como del canciller alemán Friedrich Merz y del presidente francés Emmanuel Macron, deja un vacío simbólico. El presidente del Consejo Europeo, Rodrigo Costa, junto a Pedro Sánchez, Luis Montenegro, Lula da Silva y Yamandú Orsi, intentarán mantener el espíritu del foro. Pero está claro que la cumbre estará marcada por una cierta anemia política.

Sin embargo, Santa Marta ha hecho su parte. La ciudad caribeña, a punto de cumplir 500 años, ha puesto en marcha un dispositivo de transporte que la sitúa, durante unos días, en el centro de la conversación internacional. Colombia espera que esta vitrina confirme su posición en el nuevo orden internacional que se perfila entre shocks. No es poca cosa: en un mundo reestructurado por bloques, el país necesita recuperar credibilidad y construir puentes con Europa en torno a temas en los que pueden ocurrir sinergias reales: la transición energética, la protección del Amazonas, el turismo sostenible y la cooperación tecnológica.

Sin embargo, la cumbre no podría llegar en un momento más inconveniente. A pocos kilómetros del lugar de la reunión, el Caribe se ha convertido en un teatro de operaciones militares mientras Estados Unidos lucha contra los narcotraficantes colombianos y venezolanos. La imagen de un «Estado anfitrión bajo asedio» no se presta a la narrativa de apertura y cooperación que Colombia busca proyectar. A esto se suma una escena simbólicamente incómoda: un presidente sin visa para ingresar a Estados Unidos encabezando una cumbre hemisférica que inevitablemente gira en torno a Washington.

El peligro, entonces, es que el evento de Santa Marta siga siendo un ejercicio retórico: discursos bien intencionados sobre cooperación, sostenibilidad y justicia social, pero sin compromisos concretos. Es decir, el pináculo de las buenas palabras y pocas acciones.

Pese a todo, la iniciativa no debe descartarse. En un momento de tensión internacional y bloques en competencia, cualquier intento de tender puentes entre regiones con historias y desafíos compartidos merece apoyo. Europa busca diversificar sus alianzas y América del Sur necesita interlocutores fuera del eje Washington-Beijing. Pero para que este debate tenga éxito, debe basarse en el realismo y objetivos concretos, no en declaraciones de principios.

La Celac y la Unión Europea tienen ante sí la posibilidad de redefinir su relación en torno a desafíos comunes: cambio climático, digitalización, movilidad humana, desigualdad. Santa Marta pudo haber sido el punto de partida de esta nueva etapa. Pero la realidad geopolítica –y las notorias ausencias– exigen cautela.

Quizás la lección de esta cumbre sea que el multilateralismo latinoamericano sigue buscando su lugar en la mesa del poder. Y que, entre retórica y acción, la región aún debe aprender a hablar con una sola voz.

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