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Por: Comité Editorial Internacional EJE 21
Madrid, 30 de octubre de 2025. En una escena que provocó una pausa táctica más que un abrazo diplomático, Donald Trump y Xi Jinping volvieron a darse la mano en Corea del Sur. Este no fue un simple acuerdo comercial, sino un intento de volver a trazar los límites de la competencia que han caracterizado la geopolítica del siglo XXI. La reunión, celebrada en la base aérea de Gimhae en Busan, concluyó con un acuerdo sobre un «deshielo parcial»: Washington bajará los aranceles, China reabrirá el flujo de tierras raras y soja y ambos países intensificarán la cooperación en la lucha contra el narcotráfico.
El encuentro, el primero entre ambos líderes desde 2019, fue anunciado discretamente, pero su alcance político va mucho más allá de los términos comerciales. Detrás del apretón de manos y el tono cálido se esconden intereses estratégicos vinculados a tres áreas de tensión global: la competencia tecnológica, la seguridad energética y el equilibrio militar en Asia-Pacífico.
El pragmatismo reemplaza la confrontación
Trump, al regresar a la Casa Blanca, necesitaba mostrar resultados tangibles después de meses de volatilidad en el mercado de valores y tensiones diplomáticas. Xi, por su parte, enfrenta una recesión interna que amenaza con erosionar el contrato social del Partido Comunista: prosperidad a cambio de estabilidad. Ambos llegaron a Busan sabiendo que necesitaban un acuerdo, aunque ninguno de los dos parecía débil.
El pacto anunciado refleja ese precario equilibrio. Trump reducirá los aranceles a los productos chinos del 20% al 10%, en el marco de aranceles que pasarán del 57% al 47%. A cambio, Beijing levantará temporalmente las restricciones a las exportaciones de tierras raras -minerales esenciales para las industrias de chips, automóviles eléctricos y defensa- y reanudará las compras agrícolas, en particular de soja, que se detuvieron en el punto álgido de la guerra comercial.
El Ministerio de Comercio de China confirmó que la desregulación será por un año renovable y que se aplicará a sectores «estratégicamente relevantes». Para Estados Unidos, se trata de una victoria diplomática: Washington asegura el acceso a insumos tecnológicos clave mientras que la agricultura estadounidense, uno de los pilares políticos de los votantes trumpistas, recupera un mercado importante.
Política exterior con sabor a campaña
Uno de los aspectos más sensibles del acuerdo fue el compromiso de Xi de fortalecer los controles sobre el precursor químico del fentanilo, al que Washington acusa de recibir sobornos mexicanos de laboratorios chinos. Trump promovió este punto como una «victoria moral» y lo vinculó directamente con su discurso interno sobre seguridad y orden.
Sin embargo, detrás del anuncio se esconde un cálculo político: el opioide se ha convertido en un estandarte de campaña de Trump, y un acuerdo de cooperación con China le permite presentarse como un líder que puede imponer condiciones a Beijing en cuestiones de seguridad nacional.
Por su parte, Pekín aprovecha el gesto para mejorar su imagen internacional en una cuestión que no afecta directamente a su soberanía. En otras palabras, ambos líderes están aprovechando lo que menos les cuesta, aprovechando el gesto hacia una audiencia nacional.
Taiwán y TikTok siguen en el aire
Sorprendentemente, Taiwán, epicentro de la rivalidad entre Washington y Beijing, no fue mencionado en la reunión. Trump confirmó: «No se habló de Taiwán. Esta omisión no es un accidente. En diplomacia, lo que no se dice a veces tiene más peso que lo que se informa».
Para Xi, eso significa mantener la soberanía china fuera de discusión. Para Trump, es una forma de preservar el espacio electoral en el año previo a las elecciones sin dañar su relación con Taipei ni desencadenar más conflictos con Beijing.
TikTok, el otro gran caso pendiente, fue tratado sólo indirectamente. El Ministerio de Comercio de China dijo después de la reunión que «gestionará adecuadamente» las cuestiones relacionadas con la solicitud, sugiriendo que el asunto se remita a discusiones técnicas y regulatorias.
Una cumbre que busca reorganizar a ambos líderes
La reunión de Busan no versó sólo sobre economía. También fue un escenario para dos líderes que necesitan recuperar protagonismo en un mundo multipolar. Trump, envuelto en una nueva carrera presidencial, busca proyectar un liderazgo global y demostrar que puede «domesticar» a China sin recurrir a una guerra comercial total. Xi, que enfrenta presiones internas y tensiones con Occidente, está tratando de presentarse como un actor racional dispuesto a entablar un diálogo.
Ambos llegaron a Corea del Sur tras un mes de discretas negociaciones en Kuala Lumpur y Madrid, donde sus equipos económicos habían llegado a acuerdos provisionales. El encuentro personal sirvió para sellar el consenso político y forjar un alto el fuego temporal.
Entre la cooperación y la desconfianza
Los expertos internacionales advierten que el acuerdo es más una tregua táctica que una reconciliación estratégica. La rivalidad estructural entre los dos países permanece intacta: compiten por la superioridad tecnológica, la influencia en Asia y el control de las cadenas de suministro globales.
La eliminación de las restricciones a las tierras raras no sólo tiene un impacto económico. También hay un mensaje para Europa y el Indo-Pacífico: China sigue siendo un proveedor esencial de recursos vitales, incluso en medio de tensiones políticas.
En definitiva, ni Trump ni Xi buscan una alianza, sino más bien una forma de gestionar el conflicto. Washington necesita estabilidad económica para mantener su liderazgo global; Beijing necesita oxígeno comercial para evitar una recesión política.
Armisticio con fecha de caducidad
El acuerdo, válido por un año, será evaluado en abril de 2026 en una nueva cumbre, esta vez en territorio chino. Ambos gobiernos lo promueven como una oportunidad para «profundizar la cooperación económica», pero los expertos ven algo más: una pausa estratégica antes de la siguiente fase de competencia abierta.
Mientras tanto, los mercados globales celebran con cautela, los mercados bursátiles asiáticos reaccionan al alza y los diplomáticos dan un suspiro de alivio. Pero en los pasillos de Washington y Zhongnanhai nadie se deja engañar: lo que se firmó en Busan no es la paz, sino un interludio en una Guerra Fría comercial que ambos saben apenas ha comenzado.
 
								 
									

 
             
            