

Por: Comité Editorial Internacional EJE 21
Madrid, 19 de octubre de 2025. Un cambio dramático en la política de Washington ha dejado a Ucrania en una posición aún más vulnerable. Donald Trump, que había coqueteado con la idea de llevar misiles Tomahawk de largo alcance a Kiev, finalmente ha retirado su oferta, eliminando una de las pocas opciones que tenía el Gobierno de Volodymyr Zelensky para presionar diplomáticamente a Vladimir Putin.
La decisión fue anunciada tras una reunión en la Casa Blanca el viernes, pero la reunión adoptó un tono más frío de lo esperado, según fuentes cercanas a la delegación ucraniana. Trump, recién salido de su gira por Medio Oriente -donde se atribuyó el mérito del alto el fuego en Gaza- estaba ansioso por presentarse al mundo como un «pacificador global» capaz de poner fin a dos de los conflictos más explosivos del mundo. Pero el entusiasmo inicial se desvaneció unas horas más tarde, cuando una llamada desde Moscú cambió la ecuación.
Según diplomáticos europeos, el presidente ruso había advertido a Trump del riesgo de una «escalada nuclear» si Estados Unidos trasladaba sus Tomahawks a Kiev. El argumento de Putin no es nuevo: Rusia sostiene que estos misiles son técnicamente indistinguibles de aquellos capaces de portar ojivas nucleares. La amenaza surtió efecto. El presidente estadounidense, sensible al uso de la fuerza y a la victoria, optó por retirarse a tiempo y presentarse como mediador, no como beligerante.
Sin embargo, al margen de las presiones del Kremlin, la decisión también responde a una lógica interna. Ucrania carece de la plataforma necesaria para lanzar misiles Tomahawk: ni barcos, ni submarinos, ni lanzadores terrestres adaptados. Implementar esta arma requeriría años de inversión y preparación. Incluso si la Casa Blanca hubiera dado luz verde, las primeras unidades no estarían operativas hasta 2027. En otras palabras, el gesto habría tenido más valor simbólico que impacto real en el campo de batalla.
Trump, que ya ve la guerra como un obstáculo para su historia de éxito, ha decidido volver al terreno de la diplomacia teatral. Su nueva apuesta es convocar una cumbre en Budapest, respaldada por el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, el único líder de la UE oficialmente cercano a Moscú. Allí, Trump planea ofrecer a Putin y Zelensky un alto el fuego «inmediato e incondicional» basado en las líneas del frente actuales. Una propuesta que legitimaría efectivamente la conquista rusa y consolidaría el status quo.
El plan ha sido recibido con sospecha tanto en Kiev como en Bruselas. Para Zelensky, aceptar la paz en estas condiciones significaría una rendición disfrazada de alto el fuego. Para Europa, significaría admitir que la guerra ha quedado en manos de tres –Trump, Putin y Orbán– moviéndose entre el pragmatismo y los cálculos políticos, en lugar de entre los principios democráticos que deberían estar en juego.
La retirada de los Tomahawks deja a Ucrania sin elemento disuasivo y con maniobras cada vez más estrechas. Estratégicamente, el país enfrenta una ofensiva rusa sostenida y una fatiga creciente entre sus aliados. A nivel diplomático, corre el riesgo de ser desplazado del centro del escenario por líderes que buscan prestigio en lugar de soluciones razonables.
Análisis:
El propósito de Trump refleja una tendencia inquietante en la política internacional contemporánea: el regreso de la «paz comercial», un conflicto negociado en el que los acuerdos comerciales y la fuerza moral dan paso a cálculos inmediatos. En su afán por presentarse como el hombre que «puso fin a la guerra», el presidente estadounidense ha antepuesto la imagen a la sustancia, dejando a Ucrania atrapada entre el cansancio occidental y el oportunismo ruso.
Putin sale fortalecido por su parte. Su estrategia de presión indirecta –combinando represión energética, temores nucleares y diplomacia selectiva– ha logrado lo que no logró en el campo de batalla: dividir a Occidente y forzar un debate sobre los costos políticos de apuntalar a Kiev indefinidamente.
Mientras tanto, Europa observa desde la barrera. Cada vez más marginados de conversaciones clave, sus gobiernos están tratando de mantener viva la ayuda a Ucrania sin provocar una confrontación con Washington o Moscú. Pero sin el apoyo decisivo de Estados Unidos, la capacidad de Europa para sostener el esfuerzo bélico de Ucrania parece limitada.
Casi tres años después de que comenzara la invasión, el conflicto ha llegado a una etapa en la que la diplomacia pesa más que las armas y en la que el resultado puede determinarse no en el frente oriental sino en las salas de negociación. La retirada de los Tomahawks no es sólo un revés militar: es la señal más clara de que Ucrania está en paz en una guerra que, para muchos en Occidente, ya no vale la pena seguir librando.