
Nos contó que un niño le había disparado a un árabe. Sin razón aparente, o porque alguien que odia a los árabes lo había planeado. Que no era asunto suyo, que no merecía su atención. El intento de asesinato del más importante representante de la elite política quedó reducido a unos disparos de odio racial en un parque de barrio.
Contó esa historia porque está llevando adelante una guerra política en la cual la aniquilación física de los opositores, de su principal opositor de clase, como él lo ve, no puede ser bajo ninguna circunstancia responsabilidad suya, ni puede mostrar empatía por él porque se trata de un “guerra a muerte”, luego no sucedió. Pero las imágenes, mil veces repetidas, fueron dando veracidad al hecho del crimen político, entonces dijo que lo había ordenado una” oficina” que tiene sede en Arabia, pero que está en todas partes, y es regida misteriosamente por hombres de negro, una mafia de las mafias y que el atentado era realmente contra él. Que él era la víctima. Pero el público lo ignoró. Eso fue una molestia, un giro imprevisto en el desarrollo de su gran historia.
Se llama “constitucionalismo abusivo”. Consiste en socavar los principios democráticos y los derechos fundamentales pero manteniendo una apariencia de legalidad. Académicos como David Landau se han ocupado de estudiar este fenómeno que es intrínseco al autoritarismo contemporáneo. El objetivo es la destrucción de la sociedad civil, convertir a los ciudadanos en partidarios y transferir la riqueza de la gente a los políticos, para esto es necesario declarar a los ciudadanos fuera de la ley, por eso el relato de los disparos en el parque ha incorporado que la responsabilidad moral del hecho recae en los seguidores de la víctima quienes crearon el ambiente propicio para el atentado y por lo tanto son los culpables del terror lo cual los hace inciviles, enemigos del pueblo, que es el individuo superior.
Responsabilizar del terrorismo a las víctimas del terrorismo es una estrategia política que ya se ha desarrollado en Colombia con éxito, por ejemplo, para garantizar la impunidad de las Farc, en los acuerdos de La Habana bajo el título de amigos y enemigos de la paz, ahora son gente sospechosa que predica la división, conspira y promueve la violencia, facciosos sin escrúpulos que se oponen al cambio y por lo tanto hay que hacer el cambio sin ellos sellando un nuevo pacto que los excluya. Es la tiranía.
Frente a la tiranía que se quiere imponer con estos relatos, es la ciudadanía la que opone resistencia por medio de un proceso público. J. Althusius anotaba que: “para que la tiranía sea considerada evidente y pueda ser reconocida, es necesario que lo éforos del reino convoquen un concilio e involucren en este a todos los sectores del pueblo. En el mismo, los éforos propondrán examinar y juzgar las actividades y los hechos del tirano. En caso de que no existan los éforos, el pueblo debe nombrar para este fin a los acusadores y defensores públicos”.
La Constitución del 91 contempla este mecanismo que es el juicio político, si este no se puede llevar a cabo esa constitución puede darse por derogada de facto y es el inicio de la violencia civil y el autor del cuento del niño que le disparó a un árabe está buscando ese desenlace, para el resto de la sociedad el objetivo es evitar más disparos en el parque.
Jaime Arango