
En Colombia, miles de niños y niñas crecen en medio del miedo, el silencio y el dolor. No lo han elegido, sino que es el resultado de la negligencia de los adultos, las instituciones y la sociedad que, en términos generales, no les han brindado la protección necesaria. El maltrato y el abuso físico y sexual son mucho más que simples estadísticas: son los gritos silenciosos de la infancia robada y los sueños interrumpidos antes de tener la oportunidad de florecer.
En el año 2024, se reportaron más de 11,000 menores que fueron víctimas de abuso sexual, según diversas fuentes legales. El Instituto de Familia Colombiana (ICBF) atendió un total de 18,085 casos de violencia sexual hasta agosto de esa misma año. Ya en enero de 2025, se habían presentado 1,072 casos, lo que se traduce en 35 niños atacados sexualmente cada día. Muchos de estos pequeños nunca encontrarán la voz para hablar y, lamentablemente, algunos de ellos no vivirán para contar su historia.
Un dato alarmante es que el 95% de los menores afectados viven en áreas rurales, donde la presencia del Estado es escasa y la atención que reciben es, en muchos casos, insuficiente. En estos territorios, la pobreza, la falta de oportunidades, la violencia intrafamiliar y la presencia de grupos armados configuran un escenario de profundo sufrimiento para los niños, quienes permanecen invisibles ante la mirada de la sociedad.
Casos como el del Maestro Freddy Arley Castellanos, quien estaba vinculado a un hogar infantil en Canadá y era operador de ICBF en Bogotá, acusado de abusar de tres niños, resaltan la gravedad de la situación. ¿Cómo se puede sobrevivir a una experiencia tan devastadora a la tierna edad de solo tres años?
A pesar de todo, estos niños siguen siendo niños. Juegan cuando pueden, sonríen cuando son acariciados con ternura y sueñan con un mundo feliz, a pesar de que su entorno se asemeje a una pesadilla. Pero no debemos permitir que esto continúe. Tienen el derecho a vivir plenamente. Deben crecer en un ambiente donde se sientan seguros, amados y escuchados.
Como nación, las leyes severas no son suficientes si continuamos con la impunidad y el olvido sistemático. La indignación es sólo un primer paso; se necesita un compromiso real que condene sin miedo, que promueva la humanidad, que se enfoque en la educación preventiva y que busque justicia.
Los factores que contribuyen a esta problemática son múltiples: la violencia intrafamiliar, la pobreza, el abandono, el trabajo forzado (con 463 casos reportados el año pasado) y la falta de educación sexual. Las niñas son las más afectadas, azotadas como el 56% de las víctimas de violencia.
A pesar de que ha habido avances, como la imposición de cadena de por vida para violadores y asesinos de menores, la impunidad persiste. Numerosas denuncias no avanzan, las investigaciones se estancan y las sanciones son, en muchos casos, demasiado leves. Se necesitan sanciones ejemplares y una transformación estructural del sistema de protección infantil para que estos casos no se repitan.
Es urgente establecer evaluaciones con psicólogos forenses que cuenten con herramientas para identificar perfiles de posibles agresores y para prevenir riesgos. Además, es vital la promulgación de una nueva ley de salud mental, así como mejorar la articulación entre el sistema policial y educativo, creando una mayor conciencia sobre la problemática. Los informes de cualquier caso de abuso, la educación de los menores para que puedan identificar situaciones peligrosas, junto con el apoyo psicológico y el seguimiento riguroso de su entorno, son pasos fundamentales para detener esta tragedia que amenaza a nuestras futuras generaciones.
La protección infantil es una responsabilidad colectiva. Como sociedad, debemos unirnos para garantizar que todos los niños crezcan en un entorno seguro, saludable y libre de violencia.
La infancia no espera; sólo son los primeros siete años. Cada niño que sufre abuso es un llamado urgente a la conciencia nacional. ¿Cuánto tiempo más vamos a seguir ignorando esta realidad?
Porque son quienes dañan la infancia los que rompen su futuro, y quienes la protegen son los que pueden restaurarla.
Marcela clavijo