Economía

Prepárese con el signo: Señalización contra la deuda presupuestaria del Consejo de Bogotá

Prepárese con el signo: Señalización contra la deuda presupuestaria del Consejo de Bogotá

A pesar de que el progreso mundial se enfoca en modelos de salud pública responsables, el Consejo de Bogotá ha tomado la decisión de renunciar a esta responsabilidad. Esto se evidenció con la aprobación del borrador del acuerdo 097 de 2025, propuesto por el concejal del Centro Democrático, Andrés Barrios. Esta legislación busca institucionalizar la inscripción de las áreas donde se prohíbe el consumo de sustancias psicoactivas, adoptando un enfoque que se basa en la prohibición, un camino que ya ha demostrado ser ineficaz y costoso en términos sociales, tanto aquí como en otras partes del mundo.

El proyecto, con tintes populistas y moralizadores, intenta presentar una respuesta a una demanda legítima de los ciudadanos por espacios seguros, especialmente para niñas, niños y adolescentes. Sin embargo, carece de evidencia respaldatoria y de las capacidades operativas necesarias, descuidando así avances fundamentales en el ámbito de la salud pública. La señalización de las zonas prohibidas, ya restringida por el Reglamento 825 de 2019, no es solo una medida simbólica, ya que podría verse en contra de las decisiones del tribunal constitucional respecto al consumo personal en ciertos contextos.

No se trata, entonces, de que la señalización sea un problema en sí misma, sino que parece ser la única respuesta posible a este tema tan complejo. Este proyecto claramente no está orientado a ofrecer atención adecuada o un enfoque de coexistencia infantil; más bien, parece una imposición de visiones penales y estigmatizadoras, justo en un momento en que el país busca abrir un diálogo sobre nuevas políticas de drogas, con un enfoque en la evidencia y la salud pública. Parece evidente que la incapacidad de la oficina del alcalde para regular este asunto, donde el tribunal constitucional está obligado a formular políticas innovadoras, no se debe a la ignorancia, sino a un cálculo deliberado. Primero, se oponen al gobierno nacional antes de adoptar políticas razonables.

El debate, sin lugar a dudas, es de gran envergadura. De acuerdo con el informe de la UNODC de 2022, más de 400 mil personas consumieron drogas ilícitas en Bogotá en el último año, con un estimado de 160 mil personas enfrentando problemas relacionados con el consumo. Estas cifras no se abordarán mediante señales de prohibición, sino a través de políticas públicas comprensivas, que incluyan recursos adecuados, educación y trabajo en los territorios. Por esta razón, diversos sectores han insistido en la necesidad de avanzar hacia una política de reducción de riesgos, donde el consumo se reconozca como una realidad social que merece atención, no criminalización.

Bogotá ya cuenta con herramientas disponibles. El plan de desarrollo incluía el objetivo de formular esa política; hay recursos asignados en el Plan de Salud Territorial. Sin embargo, la Comisión de Regulación de Drogas Interinstitucionales permanece inactiva. ¿No debería esto ser una prioridad? Deberíamos discutir cómo garantizar el acceso a servicios de atención, cómo generar campañas informativas, y cómo promover clubes de cannabis regulados que eduquen, organicen y generen empleo formal.

Las experiencias internacionales pueden servir de ejemplo. Desde los clubes sociales de cannabis en Cataluña hasta los modelos implementados en Uruguay, se ha comprobado que es posible establecer una nueva política de drogas que combine el derecho al espacio público con la responsabilidad colectiva, reduciendo los riesgos sin estigmatización. Bogotá debe aprender de estas experiencias y no cerrarse a esta posibilidad.

Por ello, pedimos propuestas concretas: crear áreas de consumo regulado acompañadas de pedagogía; respaldar estos espacios con eventos educativos y culturales; fomentar colaboraciones con universidades y organizaciones; y regular los clubes de cannabis que ya están en funcionamiento. Todo esto debería realizarse con un acceso claro, construyendo una ciudad más diversa, respetuosa y segura, sin períodos de inactividad.

Lo que el consejo ha aprobado no representa una victoria, sino una rendición. Regresa a un fracaso disfrazado. Y esto conlleva una advertencia crucial: si no cambiamos de rumbo, no se avecinan más órdenes o seguridad, sino un incremento de la persecución, el caos y la violencia.

Bogotá podría convertirse en un referente para la implementación de políticas de drogas que sean razonables y humanas. Pero, esto solo será posible si dejamos de lado la legislación basada en el miedo y comenzamos a gestionar la realidad, amparándonos en la evidencia.

Quena Ribadeneira

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