
La semana empezó con Pedro Sánchez anunciando que «el Gobierno de España propondrá a la UE acabar con el cambio horario estacional». Acto seguido, la marmorena se metió en el asunto. Y no porque la idea no cuente con apoyo popular: cuando en 2018 la Comisión Europea celebró su famosa consulta pública Sobre el tema, 8 de cada 10 personas se mostraron a favor de ponerle fin.
El problema es otro y mucho más espinoso: ¿qué calendario nos atenemos?
Los expertos lo tienen claro. De hecho, el consenso entre especialistas de la SES (Sociedad Española del Sueño) y muchas otras empresas internacionales Es sorprendente: la ciencia está en horario de invierno. Es el momento que (sobre el papel) garantiza una mejor alineación con la luz natural, limita el «desfase horario social» y parece producir consistentemente mejores resultados de salud y seguridad.
«El horario de invierno facilita tener más horas de sueño y un despertar más natural que coincide con el amanecer. Si existiera un horario de verano permanente, en los meses de invierno habría falta de luz por la mañana y en los meses de verano un exceso de luz por la noche, situación que desequilibra el reloj interno y puede provocar mal rendimiento y vulnerabilidad a determinadas enfermedades», explicó el SES en su posicionamiento público.
Martín Olalla, el gran experto español en estos temas y opositor histórico a la eliminación del cambio horario estacional, suele insistir en que la evidencia deja claro que el beneficio es muy limitado. Sin embargo, a la hora de elegir uno de ellos, gana el de invierno.
Y entonces todo se vuelve extraño. Porque, aunque nadie lo diga explícitamente, en el imaginario popular se asocia “horario permanente” a un “pseudoverano eterno” repleto de largas tardes para disfrutar cómodamente del poco ocio que nos deja el día a día. Pero seamos honestos, eso no va a suceder.
El horario de verano tiene problemas. La principal es que disfrutar de “tardes largas” durante todo el año condena al oeste peninsular a amaneceres sobre las diez de la mañana. Por aterrizarlo de una manera específica. En A Coruña, en pleno solsticio de invierno, amanecer a las 10:03 de la mañana y anochecería a las 17:01. Algo que es, a todas luces, inviable.
Un juego de suma cero. Al final, el cambio de hora estacional es una solución de compromiso que intenta ajustar la hora civil a la variabilidad de los días. Probablemente sea una mala solución, pero ayuda a mitigar los problemas que surgirían al optar por cualquiera de los otros dos horarios de forma estable.
Al fin y al cabo, con el horario invernal ganarían Galicia, Asturias, Extremadura y Andalucía occidental; mientras que perderían el Mediterráneo y las Islas Baleares. En invierno evitaríamos amaneceres muy tardíos y mejoraríamos el sueño, la salud y el seguridad matutina. El problema es que matas las tardes, que es el único atractivo social de hacer un horario permanente.
Y ese «juego» no es sólo regional. También es económico. Hay sectores económicos como el turismo o la hostelería, que prefieren las tardes luminosas; pero hay muchos otros, como la escuela o la industria, que prefieren amaneceres más tempranos.
A veces, frases como “el huso horario o la hora que nos corresponde” dan la impresión de que el horario es algo ‘natural’: que el reloj es neutro y lo único que tenemos que hacer es adaptarnos a él. Pero no. Nada es neutral: optar por el horario de verano, el horario de invierno o el horario de verano es profundamente político. Algo que, nos guste o no, prioriza a unos sobre otros.
No es un problema, lo que tenemos ahora también lo es.
El problema es otro. Es caminar hacia la abolición del cambio de hora sin ser consciente de ello y, sobre todo, sin estar preparado para ello: pensar que abolir el cambio de hora acabará con todos nuestros cronoproblemas es ‘pensamiento mágico’. Creará otros y, por primera vez en más de cien años, no podremos achacarlo al cambio de hora estacional.
Imagen | Moncloa | Jon Tyson
En | La guerra que acabó en dos momentos distintos: el cambio de hora da dolores de cabeza a los españoles desde hace casi un siglo