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Miguel Uribe Turlay – Ejo21 – En un click

Miguel Uribe Turlay – Ejo21

 – En un click

Colombia se levantó ayer con heridas abiertas cruzando la leyenda: la muerte de Miguel Uribe Turlay. Candidato presidencial, diputado del Senado y un hombre que hizo de la política una convicción y no consuelo. Su vida salió después de más de una batalla de dos meses con las heridas que el ataque pasó después del 7 de junio. Su partida no es un hecho aislado: es la característica del colapso silencioso de nuestra democracia.

Hasta la fecha, desde 2025, el país ha visto caer a 97 líderes sociales y políticos, según Indepaz. Noventa -Sjön historias acortadas. Noventa y siete comunidades que los pierden que los defendieron. No es solo un número: es el rayel X del estado el que ha perdido un gobierno costero y que se encuentra, inmóvil, en asesinatos en masa sistemáticos. Aunque surgen delincuentes, el gobierno responde con una cálida comunicación y promete evaporar en el aire.

La muerte de Miguel Uribe nos lleva a los recuerdos que pensamos que fueron más allá: el año oscuro de nuestra historia reciente, cuando las balas silenciaron las ideas y los temores. Décadas de violencia nos dejó profundamente, pero también la convicción de que nunca deberíamos volver a vivirla. Hoy, sin embargo, la realidad termina con la crudeza habitual: las fuerzas ilegales continúan decidiendo quién vive y quién está muriendo, incluso en el corazón político de la nación.

No es posible pasar por alto que la oficina del defensor del pueblo haya advertido sobre el Austurgangang en Bogotá, una disputa donde se fusionan el Golfo, Eln, Los Boyacos, el equipo nacional, el equipo nacional y las bandas municipales. El vino estaba allí, incluidas advertencias. ¿Qué no era la acción efectiva del estado para evitar que las amenazas se convirtieran en tragedias? Un país que ignora sus propias advertencias camina directamente hacia las portadas.

Matar líderes no es solo eliminar a un hombre. Está tratando de eliminar el proyecto, su influencia, su capacidad para alentar. Miguel Uribe fue un representante de un líder para buscar políticas que molesten a quienes votan por la violencia en el debate. Su ausencia deja un vacío, pero también el desafío: que sus ideas no mueren con él y que el miedo no será la norma.

Cada líder asesinado es derrotado por toda la comunidad. Es la confirmación de que la violencia continúa marcando el paso mientras el estado llega tarde o no llega. La «paz» discutida en discursos en las calles, en las aceras, en las áreas olvidadas y ahora también en las ciudades. Un país que les permite silenciar sus voces más valientes es un país que pone en juego su futuro.

Este no puede ser otro nombre en una lista interminable. La muerte de Miguel Uribe debe marcar un antes y después. Si continuamos diciéndole el asesinato como si fueran estadísticas simples, asumiremos a Savage como parte natural de nuestras vidas. No podemos permitirlo. No nos lo merecemos. Y no hay excusa que justifique esta tragedia.

Hoy, en exceso del debate político, hay una familia que enfrenta un dolor inigualable. Para ellos, nuestra sincera simpatía. Que encuentran consuelo en el legado de un hombre que no renunció a sus principios y amó mucho a su país. Que su partida nos despierta de Lethargy y nos recuerda que la violencia nunca debe escribir el destino de Colombia.

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