
El sobrepeso ya no es un problema exclusivo de adultos o un problema aislado en la infancia. Entre los almuerzos improvisados y las cenas tardías está surgiendo un problema grave. Para seguir la inercia actual, un estudio Publicado en la lanceta Ha advertido que España podría ser colocada como el cuarto país del mundo con la mayor prevalencia de obesidad infantil en 2050. Y la respuesta no solo está en lo que se come, sino cuándo.
Mirando más allá del plato. Durante décadas, el debate nutricional se centró en calorías, grasas, azúcares y etiquetas. Pero una pregunta clave había estado fuera del radar: ¿el tiempo se come? Aquí la disciplina del Crononutrición. Esta disciplina analiza cómo los horarios de los alimentos pueden influir directamente en nuestra salud. Más técnicamente, se trata de relojes biológicos (ajustados por factores como la luz, el sueño, la actividad física y los alimentos) están estrechamente relacionados con el metabolismo a través de los ritmos circadianos llamados SO.
Por lo tanto, la cena tarde, que en España es un tónico habitual, podría estar afectando. La digestión no solo obstaculiza: también puede imbuir el metabolismo, hacer que la insulina funcione peor y, con el tiempo, favorecer el sobrepeso, incluso si el plato parece saludable.
Bajo esa premisa. Un grupo de investigadores del Proyecto Valuenut, de la Universidad Complutense de Madrid, Se propuso responder a esa teoríaPero centrándose en los pequeños. Para hacer esto, reunieron 880 escolares entre 8 y 13 años, de cinco provincias españolas: una coruña, Barcelona, Madrid, Sevilla y Valencia. El objetivo no era solo saber qué comían los niños, sino también a qué hora hicieron.
El estudio se centró en tres aspectos de concreto: desayuno, cena y la «ventana de comida». Este concepto poco conocido se refiere al tiempo entre la primera comida del día y el último en saber cómo se distribuye la ingesta diaria. El criterio? Consideraron el desayuno tardío que ocurre después de las 8:53 a.m., y la cena tardía que se toma a las 9:10 p.m. si la diferencia entre los dos superó las 12 horas, se habló de una ventana de comida prolongada.
Los resultados. A diferencia de lo que Han sugerido Algunos estudios en adultos, en este caso, no hubo una relación directa entre comer tarde o alargar demasiado tiempo entre la primera y la última comida del día, y tampoco se analizó un mayor riesgo de obesidad en los niños. Sin embargo, el metabolismo dio señales de cambio, como los escolares que desayunaron más tarde, presentaron niveles más bajos de glucosa y colesterol LDL (el conocido como «malo»), y más alto en HDL (el «bien»). Un hecho que reveló el hilo que tuvo que ser desechado.
Estaba el patrón. Cuando se analizaron las cenas tardías o las ventanas de alimentos muy prolongadas, surgió un patrón diferente: la calidad de la dieta empeoró. Comidas menos planificadas, más improvisadas y con menos valor nutricional. Por otro lado, también se dio que había niños que comieron los días durante más horas, es decir, con una ventana más larga. Estos mostraron valores no disponibles a nivel de glucosa y colesterol e índices para desarrollar enfermedades cardiovasculares en el futuro.
Pero hay más. Y a esta ecuación se agregó un factor adicional: el sueño. El estudio reveló que el 60 % de estos niños también duran menos horas, lo que podría mejorar aún más los efectos negativos en su metabolismo. Menos descanso, más desajuste en los horarios de los alimentos y una dieta de menor calidad: un cóctel silencioso pero potencialmente dañino.
Tiempos de sincronización. A la luz de los resultados, los investigadores lanzan un mensaje claro: no es suficiente comer bien, también tiene que comer a tiempo. Del estudio en sí mismo ha aclarado que la recomendación es acortar la ventana diaria, es decir, que todas las comidas se concentran en un período de menos de 12 horas.
Por supuesto, en el caso de España, donde las cenas tardías están profundamente arraigadas a la cultura, por lo que el desafío no es menor. Sin embargo, si desea detener la obesidad infantil, el «cuándo» debe ocupar un lugar tan relevante como el «qué» y «cuánto». La investigación también plantea nuevas líneas de trabajo: ¿qué papel juega el cronotipo del niño? ¿Qué sucede si estos datos se combinan con la calidad del sueño? ¿Qué pasa si también se le enseña a planificar mejor las comidas? Comprender cómo funciona el reloj interno desde la infancia puede ser clave para evitar que este problema crezca con ellos.
Imagen | Pavel danilyuk
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