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Las sanciones de Estados Unidos revelan grietas personales y políticas en la Casa de Nariño – En un click

Las sanciones de Estados Unidos revelan grietas personales y políticas en la Casa de Nariño

 – En un click
Crédito: Verónica Alcocer

Falla electricidad en Casa de Nariño

Por: Editorial Política EJE 21


Bogotá, 26 de octubre de 2025. Colombia despierta en medio de una tensión política sin precedentes. En el miedo se han visto involucrados el presidente Gustavo Petro, su esposa Verónica Alcocer y su hijo Nicolás Petro Burgos. Lista Clinton del Tesoro de Estados Unidos, una designación que ha sacudido los cimientos de las instituciones nacionales. Pero más allá de las implicaciones diplomáticas y financieras, el escándalo deja al descubierto una brecha íntima que ahora se hace pública: el propio presidente ha admitido que está separado de Alcocer «desde hace muchos años».

La confesión, realizada en una publicación en redes sociales en la que Petro se victimizó y acusó al «oligarca» de perseguirlo a él y a su familia, no sólo sorprendió al país. También reveló una paradoja moral y política: mientras el presidente reconoce la ruptura de largo plazo de su matrimonio, Verónica Alcocer ha seguido ejerciendo como primera dama, asistiendo a eventos internacionales, viajando en misiones oficiales y realizando tareas de reserva con recursos públicos.

Sanciones con resonancia política y financiera

Incorporación del Presidente de Colombia y su entorno inmediato en Lista Clinton No es un gesto simbólico. Administrada por la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC), esta medida incluye severas restricciones financieras: congelamientos de activos, cierres de cuentas y restricciones para realizar operaciones con entidades o personas del sistema financiero global. Para un país que depende del crédito externo y de la cooperación internacional, el golpe es devastador.

Lo que más preocupa a economistas y abogados especializados en derecho internacional es el mensaje que envían las sanciones: Estados Unidos cree que el círculo íntimo del jefe de Estado colombiano debe ser vigilado bajo sospecha. En términos diplomáticos, equivale a desconfianza global.

Mientras tanto, el gobierno colombiano insiste en que todo es parte de una «estrategia electoral» anti-Petro, una narrativa recurrente que intenta minimizar el impacto de las decisiones externas en los conflictos políticos internos. Pero esta política de víctimas es débil. La política no está protegida por discursos emotivos cuando las sanciones provienen de organizaciones que monitorean los flujos financieros ilícitos.

Crédito: Verónica Alcocer

«Primera dama» sin asistencia jurídica

La revelación de la separación de Petro y Alcocer ha abierto un nuevo debate jurídico. En Colombia el título está en marcha primera mujer No tiene reconocimiento legal ni constitucional. No existe ningún decreto, ley o norma que regule su tamaño. Es un código de conducta, una tradición simbólica, sin autoridad formal. La única mención indirecta que la vinculó con un cargo público fue la Ley 7 de 1979, que le asignó un cargo honorífico en el Instituto Colombiano de Protección a la Familia (ICBF), pero sin cargo oficial ni salario.

Desde el punto de vista jurídico, la situación actual es más que ambigua: si el presidente reconoce que está separado, Alcocer ya no forma parte de su núcleo familiar, ni desempeña el papel que justifica la representación de la «esposa del jefe del Estado». Como resultado, su participación en embajadas, eventos públicos y delegaciones internacionales podría implicar un uso irregular de recursos públicos.

Un abogado especialista en derecho administrativo lo explicaría de esta manera: La Primera Dama no tiene fundamento jurídico, por lo que todos los gastos de tesorería relacionados con su representación sólo se justifican mientras exista un matrimonio vigente y oficial. De separarse la pareja presidencial, la participación de Alcocer en actividades públicas podría encuadrarse como un acto de agresión o al menos de irregularidades administrativas.

Entre el debate moral y la política espejo

Gustavo Petro ha hecho del discurso moral su escudo. Siempre que lo rodean investigaciones o escándalos, responde con la misma frase: «No crié a mi hijo con dinero electoral». Pero esta vez la narración termina. No sólo el presidente enfrenta acusaciones internacionales, sino que su familia, su círculo íntimo e incluso su propia versión de los hechos parecen estar colapsando.

Su confesión de separación no busca claridad; buscar simpatía. Pero en política, la emoción no sustituye a la transparencia. Cuando el presidente se declara víctima del «oligarca» mientras su esposa -ya no su esposa- viaja al Vaticano, Dubai o los Juegos Olímpicos como parte de la delegación oficial, la historia de persecución se vuelve insostenible.

La periodista Vicky Dávila lo resumió a grandes rasgos: “Entonces los colombianos pagamos el viaje y los gastos de viaje de una ‘amiga’, no de la Primera Dama». Una declaración dura, pero legítima, en un país donde la responsabilidad sigue siendo una responsabilidad sistémica.

Desglose de la narrativa del presidente

El discurso del presidente Petro ha pasado del liderazgo izquierdista al monólogo de defensa. A medida que aumentan las preguntas, se refugia en su papel de perseguido histórico. Pero esta vez el castigo no proviene de las elites locales sino de un gobierno extranjero que lo acusa de transacciones financieras irregulares.

El problema ya no es la oposición, ni los medios de comunicación ni los partidos tradicionales: es la pérdida de confianza. Un presidente sancionado por Estados Unidos, con un hijo investigado por lavado de dinero y una «primera dama» sin respaldo legal, es un presidente débil ante el mundo y ante su propio país.

Crédito: Red social Verónica Alcocer.

Desgastado por el poder y la delicadeza de la historia.

La sanción de la OFAC no sólo congela activos; congela la autoridad moral del gobierno. Lo que era un proyecto de transformación política se ha convertido en un cuadro de contradicciones. Petro dice defender la moral pública, pero sus acciones muestran improvisación, nepotismo simbólico y opacidad.

Verónica Alcocer, por su parte, encarna el aspecto más confuso de la historia presidencial: una figura visible, con presencia internacional y gasto público, pero sin marco legal ni derechos conyugales. Su papel se ha convertido en un símbolo de la discordia institucional que acompaña al gobierno.

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Colombia está presenciando el colapso moral de su gobierno. Las sanciones estadounidenses han hecho lo que la oposición no pudo: exponer las grietas en el poder. No se trata sólo de una medida diplomática, sino de una decisión simbólica sobre transparencia y ética.

Petro puede seguir culpando a la oligarquía, pero el país ve cómo su discurso se desvanece entre contradicciones. La familia presidencial ya no es una familia, la primera dama ya no es esposa y el presidente ya no es intocable.

En medio del ruido político y la retórica defensiva, la pregunta subyacente flota en el aire: ¿quién tiene realmente el control cuando el poder se convierte en un escudo personal y la transparencia se sacrifica en nombre de la grandeza?

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