Economía

Largo viaje para el regreso de la vida en el río Bogotá

Largo viaje para el regreso de la vida en el río Bogotá

El río Bogotá tiene su origen en el limpio Guhenequeu Páramo, ubicado en Villapinzón. Atraviesa un total de 46 municipios, serpentear alrededor de 380 kilómetros antes de que sus aguas, debilitadas y contaminadas, lleguen a su destino final en el Magdalena. En las décadas pasadas, a mediados del siglo XX, el río era sinónimo de vida para las comunidades que lo rodeaban; aquellos que lo navegaban, lo cuidaban y lo consideraban parte integral de su existencia. Sin embargo, en la actualidad, el río Bogotá enfrenta una grave crisis ambiental: recibe diariamente más de un millón de metros cúbicos de aguas residuales y aproximadamente 690 toneladas de contaminantes, que incluyen basura, arena y grasas. Cada día, estamos sepultando en su cauce no solo la dignidad de la ciudad, sino también la vida misma.

No obstante, hay un rayo de esperanza en este sombrío panorama: la Canoa de planta de tratamiento de aguas residuales (PTAR). Esta infraestructura monumental tiene el objetivo de tratar el 70% de las aguas residuales de Bogotá y el 100% de las de Soacha. Este proyecto promete revitalizar el río y recobrar la vitalidad vida en su entorno inmediato. Además, el río Bogotá ya cuenta con la primera planta de tratamiento, Salitre de PTAR, la cual purifica parte de sus aguas antes de continuar su recorrido. Sin embargo, para que el 100% de las aguas del río Bogotá sean tratadas, se requieren al menos dos PTAR en completo funcionamiento. Lamentablemente, la historia de la PTAR en Canoa está marcada por una serie de retrasos significativos, obstáculos y un alarmante abandono.

En 2014, el Consejo de Estado emitió una orden para la limpieza del río y la construcción de infraestructura destinada a la purificación del agua, como la PTAR en Canoa y su célula de elevación. Para 2017, el proyecto Canoas ya estaba diseñado tanto en sus aspectos técnicos como financieros. En 2019, se firmó un acuerdo de financiación entre la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá (EAAB) y la Corporación Autónoma Regional (CAR), un convenio que facilitó los préstamos de bancos internacionales gracias a las garantías ofrecidas en principio.

El primer gran obstáculo se presentó en este punto. Access Cofinancing International exigió que el acueducto aprobara la monetización de las finanzas, un mecanismo que reduce los riesgos para los bancos y mejora las condiciones de crédito. Este contratiempo se prolongó hasta 2022, y aunque se esperó la llegada de la aprobación, esta nunca se materializó. La falta de esta aprobación condujo a una incertidumbre financiera, aumento en los costos y un retraso en la ejecución del proyecto.

Entre 2020 y 2022, no se registraron avances significativos en este frente. Aunque se dio inicio a la construcción de la estación de elevación de aguas residuales de Canoa, no se completó según lo programado para 2022.

Para el año 2023, comenzaron los procesos de licitación internacional, aunque el Tribunal Administrativo de Cundinamarc hizo una pausa solicitando que se ejecutara el proyecto en dos fases. En 2024, el progreso físico de la estación de elevación de Canoa alcanzó el 85%, mientras que por su parte, la PTAR cerraba la fase de reentrenamiento para la licitación. A pesar de haber transcurrido ocho años, el río seguía atrapado entre obras inconclusas y sin una garantía de financiación solidaria. Finalmente, en abril de 2025, la junta del director del automóvil aprobó la financiación futura del proyecto, dando luz verde para su ejecución.

Parte de esta historia frustrante se debe a la necesidad de atención a otros proyectos prioritarios para Bogotá, donde la voluntad política ha sido un gran opositor. El gobierno nacional de «poder mundial de la vida», que debería ser un aliado, actuó más como un muro de contención. Mientras Bogotá clamaba por un río limpio, la nación liderada por el presidente Petro optó por el silencio. Ante la inacción, la EAAB no tuvo más remedio que explorar alternativas, incluyendo préstamos internacionales sin una garantía sólida, negociando incluso con el Banco Mundial.

Hoy sabemos que la construcción de Canoa podría costar más de 12 mil millones de pesos, divididos en dos fases e incorporando tecnologías avanzadas de tratamiento y desinfección. Estas tecnologías no solo disminuirían la contaminación del río Bogotá, sino que también impactarían positivamente en el Magdalena. Esto podría representar un paso significativo hacia la recuperación del ecosistema. ¿Te imaginas un Bogotá con espacios para barcos recreativos, nuevas áreas públicas y un uso comercial renovado en los alrededores del río Bogotá? Esto recuerda a proyectos como el Ciudad Río, propuesto por el exalcalde Enrique Peñalosa. Este debería ser nuestro objetivo a alcanzar, no solo una utopía distante.

El deseo más ferviente para el río Bogotá es verlo limpio, saludable y vibrante. Queremos construir una ciudad alrededor del agua, porque las civilizaciones que respetan su historia y su territorio son las que logran perdurar. Escuchamos el eco de lo que ha sido y cada litro descontaminado representa una deuda saldada con la naturaleza, basado en la memoria colectiva.

Hoy más que nunca, la PTAR de Canoa va más allá de ser un simple proyecto; se ha convertido en una deuda moral, histórica y ambiental. No solo se trata de Bogotá, sino de todo un país. Por eso, celebramos cada avance significativo, aunque no olvidamos los retrasos que ha enfrentado el proceso. Hoy, Canoa avanza porque Bogotá continúa luchando por su río, a pesar de la indiferencia de un gobierno nacional que no ha mostrado interés.

Como bien dijo Gabriel García Márquez, «la vida no es la que vivió, sino el que recuerda y cómo recuerda haber dicho eso». La historia del río Bogotá no refleja únicamente la vida que lamentablemente dejamos morir, sino la que aún podemos recuperar.

Juan David Quintero

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