El debate nacional sobre la jurisdicción agraria revela una vez más la profundidad de nuestro conflicto territorial y político. Durante décadas, Colombia ha soportado el peso de la desigualdad en la propiedad de la tierra, la sobreconcentración, el despojo sistemático, el desplazamiento forzado y la ausencia de un árbitro judicial especializado que permita resolver los conflictos rurales con justicia, celeridad y conocimiento del territorio. La jurisdicción agraria no es una moda pasajera ni un invento reciente. Es una deuda histórica con el campesinado, los pueblos étnicos y las comunidades rurales que vivían entre la informalidad legal y la violencia armada.
La reforma rural integral acordada en el Acuerdo Final de 2016 propuso una hoja de ruta para transformar el campo, cerrar brechas, democratizar el país y garantizar oportunidades productivas que impidan que los jóvenes rurales sigan saliendo o cayendo en manos de economías ilegales. Nada de esto será realista sin un sistema de justicia agraria fuerte, especializado, cercano a los territorios y capaz de resolver los miles de conflictos que han suspendido la seguridad jurídica y la vida de quienes viven en el campo. La jurisdicción agraria es, en esencia, la llave que abre la puerta para que la reforma rural siga su camino con más certezas que incertidumbre y se convierta en una realidad para millones de colombianos.
Sin embargo, algunos sectores políticos, económicos y sindicales han lanzado una campaña de desprestigio contra esta jurisdicción. Afirman que creará inseguridad jurídica, que afectará a la propiedad privada o que es innecesario. Estas declaraciones ignoran que la mayor inseguridad jurídica hoy la sufren los campesinos, resguardos indígenas y concejos municipales que no cuentan con títulos, que enfrentan interminables procesos judiciales o que han sido víctimas de violencia y despojo. También ignoran que el Estado colombiano tiene obligaciones constitucionales y acuerdos internacionales que respaldan la necesidad de una justicia agraria especializada y accesible.
La oposición a esta jurisdicción parece responder menos a argumentos técnicos y más a intereses especiales que temen una pérdida de privilegios. La concentración de la tierra en Colombia también se mantuvo porque la justicia ordinaria era lenta, distante y muchas veces incapaz de comprender la dinámica rural. Una jurisdicción especializada, con jueces capacitados en derecho agrario, acceso territorial y protección de derechos colectivos, permitiría equilibrar y generar confianza en las instituciones. Esto es exactamente lo que temen algunos sectores que se han beneficiado de la desigualdad histórica en el campo.
Es grande el daño que esta oposición está haciendo a la paz de Colombia. No se puede construir la paz territorial si los conflictos por la tierra siguen sin resolverse, si continúa la informalidad que afecta al campesinado y si las comunidades étnicas continúan esperando decisiones judiciales que garanticen la seguridad en su territorio. La ausencia de justicia agraria fomenta la desesperanza, facilita el crecimiento de economías ilegales y crea las condiciones para que los grupos armados sigan reclutando jóvenes y disputando el control de los territorios.
La jurisdicción agraria no es un riesgo para el país. Es una oportunidad. Una oportunidad para resolver conflictos pacíficamente, proteger la producción campesina, organizar el territorio de manera sostenible y avanzar conforme al Acuerdo de Paz. También es una oportunidad para que Colombia se convierta en un referente en el campo de la producción, la justicia rural y la reparación histórica.
La paz en Colombia no se basa en discursos vacíos ni en el bloqueo de reformas esenciales. Fue construido con el entendimiento de que la tierra y el territorio están en el centro de la violencia armada local y que sin justicia no habrá una paz duradera en el campo. Quienes se oponen hoy a la jurisdicción agraria tienen la responsabilidad histórica de impedir el progreso fundamental de la reconciliación nacional. El país espera algo más. Espera compromiso con la verdad, los principios constitucionales, los derechos de las comunidades rurales y la construcción de un futuro en el que la paz sea una realidad, no una promesa postergada.
El jurisdicción agraria Es mucho más que un ajuste técnico del Estado. Es un compromiso profundo con la vida y la dignidad, con la justicia que históricamente ha sido negada en el campo y con la reconciliación que Colombia necesita con urgencia. Su implementación representa un paso urgente para sanar heridas, organizar justamente el territorio y construir un país donde los conflictos por la tierra se resuelvan mediante derechos y no con violencia. Por eso existe preocupación por el daño que están causando quienes se oponen a ella al difundir la idea de que esta jurisdicción será una carga económica imposible de asumir. No hay nada más caro que la guerra, la confiscación de propiedades, los desplazamientos y la violencia que se vienen produciendo desde hace décadas precisamente por la falta de justicia rural. Mencionar la insostenibilidad financiera es hacer la vista gorda ante la verdad sobre el país y bloquear reformas que podrían prevenir nuevos ciclos de violencia armada.
La sociedad colombiana debe movilizarse en torno a este objetivo que es de todos. Campesinos, empresarios, comunidades étnicas, organizaciones sociales, comunidad académica, iglesias, jóvenes y ciudadanos urbanos pueden y deben unirse en la defensa de una justicia territorial que garantice seguridad jurídica, convivencia pacífica y oportunidades para las nuevas generaciones. La paz no nacerá de la inercia ni del miedo, sino de decisiones valientes y de compromiso colectivo. La jurisdicción agraria es una de las llaves para abrir la puerta a un futuro diferente y su defensa nos llama a construir juntos la Colombia justa y pacífica por la que tanto luchamos.
Luis Emil Sanabria D.