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La escena de baile de salón en Bogotá: un espacio de amor y hermandad para la comunidad LGBTIQ+ – En un click

La escena de baile de salón en Bogotá: un espacio de amor y hermandad para la comunidad LGBTIQ+

 – En un click

Angélica Santisteban

Editorial América, 23 nov (EFE).– Entre luces, lentejuelas y pasos desafiantes, la comunidad LGBTIQ+ de Bogotá convierte el salón de baile en una fiesta de resistencia, un refugio donde el arte se convierte en grito, el maquillaje en escudo y la danza en una forma de decir “aquí estamos”.

Olimpia Chanel vestuarista y ‘madre’ fundadora de la Icónica Casa Chanel en Bogotá, hogar y congregación de personas con diversidad sexual y de género, revive ese legado nacido en Harlem hace medio siglo, demostrando que en cada actitud y en cada apariencia se libra una batalla por la dignidad, la diversidad y el amor propio.

«Si hay algo que puedo encontrar en el baile de salón que no está en otros espacios es la diversidad, la hermandad y el amor», dice a Efe.

Una historia de lucha y resistencia.

La cultura de salón nació en la década de 1970 como una manifestación de resistencia de las comunidades negras y latinas LGBTIQ+ en Estados Unidos, especialmente en la zona de Harlem, Nueva York.

En este contexto, las personas queer racializadas enfrentaron una doble discriminación: por su orientación sexual o identidad de género, y por su color de piel dentro de una sociedad caracterizada por el racismo y la homofobia.

Ante la exclusión que sufrían en las competiciones de drag dominadas por mujeres blancas, Crystal LaBeija, una mujer trans afroamericana, decidió crear sus propios eventos.

De esta iniciativa surgieron los salones de baile, espacios seguros donde las personas podían expresarse libremente a través de la danza, la actuación, el vestuario y la actitud, sin temor a la violencia o el rechazo.

De Harlem a Bogotá

El baile de salón llegó a Bogotá en 2017 en una época en la que los lugares dedicados a la fiesta negaban la posibilidad de divertirse a personas con identidades fuera de la heteronorma.

A pesar de los esfuerzos por abrir espacios «gay-friendly», el rechazo a las personas trans y de género diverso ha persistido. Fue así como encontraron en el salón la oportunidad de ser libres, de ‘mariconear’, de disfrutar y al mismo tiempo de crear comunidad.

Así nació la primera casa de baile de Colombia, ‘Casa de Tupamaras’, un espacio para quienes fueron excluidos de sus hogares biológicos por su identidad y tuvieron que buscar un nuevo nido para echar raíces y formar una nueva familia.

«Hay muchas personas en la comunidad que no son aceptadas como son en nuestro contexto colombiano, que son machistas, racistas, falocéntricas, xenófobas, etcétera; y esto requiere que creemos nuevos espacios donde nos sintamos cómodos y sepamos que seremos buenos», destaca Olimpia.

Estas casas no sólo reciben ese nombre, sino que muchas de ellas también cuentan con un espacio físico donde sus integrantes viven en compañía, pagan alquiler y conviven.

La fortaleza de estas redes comunitarias habla de otros procesos autogestionados dentro de la comunidad LGBTIQ+. Un ejemplo es la Ley de Comunidades Trans, una iniciativa construida por más de 100 organizaciones, activistas y redes de apoyo para garantizar el derecho a la identidad de género y otros derechos históricamente negados. Más de 1.355 personas participaron en la consulta nacional, cuyos resultados fueron presentados en mayo de 2023 en Bogotá.

Este proceso muestra cómo se mantiene la resistencia, porque si bien el baile de salón llegó en 2017, la violencia continúa hoy. Los números hablan por sí solos, en 2024 la red ‘No Violencia LGBTI’ documentó 175 asesinatos de personas LGBTIQ+.

Honrar y cuidar a través del arte.

Durante el baile de salón de la primera ola en Bogotá solo se conocían tres categorías: moda, pasarela y lip sync. Estos están diseñados para que quienes quieran expresarse, liberarse y ser vistos desde el escenario, puedan hacerlo. Hoy en día, el movimiento ha evolucionado y existe una gran variedad de categorías para brillar en el escenario y demostrar tu arte.

Pia Cañón, conocida artísticamente como Baby Lilith, artista trans, explica a Efe que las categorías nacen de las diferentes necesidades individuales de las personas queer, con el objetivo de ofrecerles un espacio donde «pueda aflorar su esencia, su arte» y al mismo tiempo sentir que pertenecen a una comunidad de hermandad en la que es posible «crecer juntos, crear y conspirar juntos».

“El hecho de que haya diferentes categorías y diferentes espacios nos permite encontrar con lo que nos sentimos más cómodos, con lo que nos sentimos más conectados, conocer a otras personas que también nos enseñan cosas diferentes, es un proceso de autodescubrimiento muy mágico y muy hermoso que también se construye en comunidad”, agrega Valentina Uribe, artista de vestuario conocida como Microcósmica.

El salón de baile también crea espacios de apoyo colectivo. En algunas de sus reuniones se pide a los asistentes que donen alimentos no perecederos, ropa, útiles escolares, productos de higiene y dulces, que luego son entregados a la Fundación Sonrisas Sin Fin, que se dedica a ayudar a familias de bajos recursos.

«Lo que más me gusta es el ambiente, se siente muy original, muy libre. La gente es demasiado auténtica. Vale la pena visitar estos espacios y vivir la diversidad, porque eso es la gente, diversa», enfatiza Tatiana, una de las participantes.

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