Fue inaugurada en 2015, costó 57 millones de euros y tiene capacidad para 30 hm3 de agua, pero la presa de Siles en Jaén no se ha utilizado durante una década porque nadie ha hecho las canalizaciones necesarias para regar la Sierra del Segura. No es un caso aislado.
Un ejemplo. La presa de Rules se inauguró un poco antes: en 2004. Hoy, mientras la provincia de Granada está al 29% de su capacidad, el embalse de Vélez de Benaudalla roza el 70%. El secreto es el mismo: llevar 20 años sin tuberías que nos permitan aprovechar el agua. Estos casos flagrantes, pero hay muchos más: Alcolea en Huelva, Mularroya en Zaragoza, Castrovido en Burgos…
¿Hay algo más español que construir embalses y tardar años –o décadas– en construir los oleoductos que los hagan útiles?
La casa en el tejado. En un país como España, cada hectómetro cúbico inútil no sólo es agua perdida de facto, sino que también es una tremenda Daño ecológico infligido a los cauces de los ríos sin motivo alguno.. Y, por si fuera poco, es un disparate económico. No tiene sentido movilizar todos los recursos necesarios para poner en marcha un embalse y luego dejarlo olvidado.
Sobre todo, porque (nos guste o no) vivimos en un gigante agrícola que necesita una seguridad hídrica que no podemos garantizar. El costo de oportunidad de retrasar los oleoductos necesarios para lanzar estos embalses impacta el desarrollo económico y laboral de regiones enteras.
¿Un problema español? A decir verdad, tampoco podemos decir que sea un problema puramente español. Portugal, Francia o Italia han tenido problemas similares. Lo que ocurre en España es que hay una enorme fragmentación de poderes que hace que, cuando aparece cualquier problema, todo se paraliza.
En nuestro caso, el Estado central diseña y financia las principales presas y tramos clave. Sin embargo, son las comunidades autónomas, las confederaciones hidrográficas o los municipios quienes deben ejecutar las redes secundarias. Y a la hora de determinar cuál es el tramo principal o secundario (y quién debe pagar la factura) surgen la mayoría de los problemas.
Pero no los únicos. Y es que, a medida que los procesos se vuelven eternoslas licencias caducan, las obras no se adjudican, los litigios se prolongan, los requisitos medioambientales se vuelven más estrictos y la solución del problema se vuelve imposible.
Al final, lo llamativo son las represas (lo que es políticamente rentable). La «última milla» (ese conjunto de estaciones de bombeo, oleoductos y plantas de tratamiento) es mucho menos llamativa, por crucial que sea. Cuando los problemas se arraigan, no hay buenas soluciones y las administraciones prefieren dejar el tema de lado antes que tomar decisiones.
El país de las mil presas. Porque sí, es cierto: España tiene muchas presas, pero decenas de ellas siguen siendo tinajas de agua sin uso. Y por más claras que sean las causas, no deja de llamar la atención que ni siquiera crisis hídricas como las de los últimos años consiguen solucionarlo.
Imagen | Zepelín rojo
En | «En los próximos diez años, España y América Latina van a sufrir (mucho) con el agua», Robert Glennon (Universidad de Arizona)