Política

El Nobel que despierta la América romana – En un click

El Nobel que despierta la América romana

 – En un click

El anuncio sacudió al continente como Raflost: María Corina Machado, la mujer que el chavismo quiso pasar de la historia política de Venezuela, es la nueva premio Nobel de la Paz. Desde escondite dentro de su propio país, perseguido, descalificado, convertido en símbolos y amenazas, el líder de la oposición recibió la noticia con una frase que ya es historia: «Este no es mi premio, es de toda la comunidad». Con estas palabras, sin micrófono ni campo, sincronizó verdades que suenan en Venezuela: la paz no siempre se construye con la civilización, sino con la resistencia civil.

Para Venezuela este Nobel es un beneficio moral. Después de muchos años de colas, hambre, exilio y uso del voto, el mundo no reconoce al país por su tragedia, sino por su valentía. Machado no es una persona neutral: ha sido tildada de radical, de «emperador», de mujer testaruda que desafía a un dictador y también a los tibios de su propia oposición. Pero precisamente esa tribulación, que en otros momentos pudo parecer desproporcionada, se convirtió en su virtud histórica. Su persistencia ha mantenido viva en la necesaria idea: que sin democracia no hay paz potencial, ni en Venezuela ni en el continente.

El premio llega en el momento álgido de la opresión. Tras las elecciones de 2024, en las que el régimen de Nicolás Maduro declaró ganador a pesar de pistas opuestas, Machado fue obligado a pasar a la clandestinidad mientras miles de manifestantes estaban en prisión. Desde entonces, ha trabajado en la sombra y está en la línea de acabar pero no derrotar a la ciudadanía. Que el comité noruego haya reconocido su trabajo desde aquella etapa no es un gesto simbólico: es política internacional. El Premio Nobel Machado es un despido disfrazado de impuesto, una forma de decir que el mundo no puede seguir mirando para otro lado mientras se destruye la voluntad popular en Caracas.

Pero este reconocimiento va en contra de la frontera de Venezuela. En un ámbito donde la democracia se retira debido a la degradación, la cooperación o la apatía, el Premio Nobel para Machado suena como una advertencia moral. De Nicaragua a México, de Cuba a Bolivia, hay una fuente de autoridad que inventa nuevos lenguajes, pero con el mismo desprecio por la desigualdad. América Latina, que en los años 1990 soñaba con confiar en repúblicas liberales y modernas, hoy atraviesa un momento de sensibilidad civil. En este panorama, una mujer hispana que se da por defender el voto y se ha convertido en un mensaje que va más allá de los aplausos: es una advertencia para toda una generación política que ha estandarizado el abuso de poder.

En cierto modo, Machado representa la versión latinoamericana de los líderes que transformaron la resistencia civil en una causa integral como Aung San Suu Kyi o Malala Yousafzai antes de ser distorsionados por su propio entorno. Pero su lucha tiene particularidades: ha pasado no sólo por una prisión o un cautiverio, sino por el olvido. Su país sangraba en la diáspora mientras ella exigía recorrer el pueblo con el pueblo, aun sabiendo que no podría ser candidata. El gesto que va sin derecho a competir es a lo que está dedicado el Premio Nobel como forma suprema de valentía política. En el momento en que se completan los discursos en las redes y la convicción se diluye en las encuestas, Machado entabla lo más raro de la política contemporánea: la fe en la palabra como riesgo.

Para América Latina estos premios también son una prueba. ¿Qué hará la zona con este espejo que refleja la imagen de la democracia durante el asedio? ¿Lo celebrarás como un símbolo abstracto o lo esperarás como un compromiso real? El Nobel para Machado obliga a revisar la relación del gobierno con América Latina y sus opositores. Los debates sobre integración y soberanía ya no son suficientes si al mismo tiempo el silencio se enfrenta a la opresión. Se medirá el continuo democrático, de ahora en adelante con una posición sobre Venezuela. Y ese será el verdadero legado de los premios: obligar a los estados del continente a definirse.

El mensaje del comité noruego no podría ser más oportuno en un planeta en el que una fuente de autorización crece al amparo del cansancio social. En medio de la guerra abierta en Europa y Medio Oriente, hay recompensa para los líderes latinoamericanos que no usan las armas pero los votos son principios. La paz, parece decir el Premio Nobel, no se mide por la falta de conflictos, sino por la presencia de instituciones justas. Y en ese sentido, Venezuela vuelve a ser un laboratorio para una pregunta mayor: ¿puede la gente inventar la democracia después de perderlo casi todo?

Quizás por eso el Premio Nobel María Corina Machado no le pertenece sólo a ella. Corresponde a madres que cruzan el Darién buscando un futuro, a presos políticos que permanecen sin justicia, a periodistas que aún cuentan, a pesar del miedo, por jóvenes que todavía piensan que el voto es importante. Hay premios que restauran la dignidad de una tierra gestionada por sí misma y recuerdan al mundo que incluso en la oscuridad más profunda, la libertad sigue siendo una fe común.

XG

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