
Un intento de asesinar contra Miguel Uribe Turbay no es un evento aislado o una simple violencia urbana. Es una campana despierta que nos devuelve al capítulo más oscuro de la historia nacional, cuando la política se resolvió con sangre y los discursos salieron. Lo que sucedió el 7 de junio en Bogotá es muy serio. No solo por la influencia de los líderes políticos en el ejercicio, sino por lo que significa: el regreso de la violencia que pensamos que habíamos terminado, sino que siempre parece estar esperando el momento adecuado para volver.
Miguel Uribe Turbay cobra en su historia personal la flecha del conflicto en Colombia. La canción del ex presidente Julio César Turbay y una madre huérfana en nombre de los ataques terroristas contra el contrabando de drogas, su madre, Diana Turlay, fue asesinada en 1991, ahora es la que lucha entre la vida y la muerte. Y mientras esto sucede, el país sigue la confusión de cómo se reducen las escoltas el mismo día del ataque, cómo el atacante resulta ser un niño menor de 15 años con armas compradas en Arizona y cómo el estado responde a declaraciones torpes, giratorias y definidas.
El presidente Petro comenzó a decir que el plan de seguridad «extraño» se ha reducido. ¿Extraño? ¿Quién tomó esa decisión? ¿Por qué la protección de un Senado en la campaña en el momento de la tensión política? El silencio del gobierno a la luz de estas preguntas no solo es irresponsable, sino una conspiración de la inacción. La violencia política no es un accidente: es el resultado de la polarización sin gestión, el lenguaje ardiente, el odio que se introdujo por el poder y la vulnerabilidad institucional que Colombia sufre hoy.
Y mientras Uribe Turlay está luchando por su vida, el gobierno comienza una invitación a la oposición para participar en la responsabilidad electoral de la Comisión, como si pudiera pedir confianza en la comunicación. ¿Quién puede confiar en un comando que permite al candidato terminar con tres disparos en el cuerpo y luego lavarse las manos? La reacción de los líderes de la oposición ha sido abrumadora: no participarán en una tabla, ya que el gobierno tiene la intención de sentarse como garante, cuando no ha demostrado proteger ni siquiera el mínimo.
Este ataque es un eco directo de una tradición violenta que Colombia nunca ha podido erradicar en absoluto. Vivimos con Gaitán en 1948, con Galán en 1989, con Pizarro, Jaramillo y Gomez Hurtado. Los perpetradores, los partidos, la ideología, pero el resultado es siempre el mismo: el tiroteo interfiere con el habla, la democracia está en peligro y el país regresa décadas. La agresión política es la negación del debate, es derrotado con el terrorismo. Y eso es lo que hoy amenaza a nuestra democracia.
Es necesario que los ciudadanos comprendan lo que está en juego. No es solo Miguel Urribe, o el Centro Democrático. Es el derecho de todos a estar en desacuerdo sin marcar la vida. El estado no puede ser neutral frente a esto. Y mucho menos conciencia. El silencio, la indiferencia o el giro de la comisión alimenta el mensaje que puede disparar contra aquellos que piensan de manera diferente y dejan un criminal.
Lo que Colombia necesita no es un líder u otro Salvador vestido con Olive. Necesitamos líderes que no teman críticas que fortalezcan a las organizaciones y entiendan que la democracia no es batallas, sino un pacto civilizado entre los oponentes. La política no puede ser un riesgo de muerte. El número no se puede vivir como una amenaza.
Por supuesto, este ataque debe marcar el cambio. O el país responde y requiere responsabilidades reales para todos, o nos contamos sobre la historia nuevamente, con más y más sospechas. Colombia necesita líderes valientes, sí, pero no solo para una campaña: valiente para decir la verdad, para proteger al que piensa de manera diferente, para que no se esconda cuando tiene que asumir la responsabilidad. Solo entonces iremos, algún día, del círculo vicioso donde la política está escrita con sangre.
Xg
Nota: Desde Ace 21, seguimos la esperanza de la lucha por la vida del Senado Miguel Miguel Uribe Turbay. Que su recuperación es rápida y que Colombia restaura el camino de respeto, conversación y paz.