




Bajo los matices turquesa, Jade y Emerald – algas marinas del mar que aún conservan su vitalidad – 28 personas descienden cuidadosamente entre las olas mansas de la costa de San Andrés. Son actores, personas influyentes, periodistas, ambientalistas y científicos que han viajado a este rincón del Caribe colombiano para sumergirse en una causa mayor: restaurar los arrecifes de coral.
Tres metros de profundidad, guiados por el apneist Sofía Gómez y el biólogo marino Anthony Combatt, atan cuatro cuerdas suspendidas con fragmentos de coral. Cada nudo se ajusta a una estructura de hierro, como si con cada uno devolviera la respiración al ecosistema. «Esas estructuras flotantes que ayudamos a instalar serán las primeras camas de una guardería de coral. Cada fragmento que establecemos allí es un intento de revivir algo que ya parece estar muriendo», dice Anthony, fundador de Blue Restaurers.
No es una metáfora de la luz: muchos corales de San Andrés y parte del gran Caribe son blanqueados, rotos o incluso enterrados debajo de capas de sedimentos. Y con ellos hunde una porción completa de la memoria ecológica del país y la biodiversidad marina que alguna vez convirtió al archipiélago en una joya biológica única. «Tenemos que ayudar al ecosistema», dice Sofía.
La acción para atar las cuerdas con fragmentos de coral (greensulos globales, restauradores azules y coralina en la mano de Isdin) puede parecer simbólico para aquellos que lo observan desde la superficie. Pero en realidad es parte de un proceso científico meticuloso: requiere conocimiento biológico, precisión en la manipulación submarina, monitoreo constante y condiciones ambientales estables. El objetivo es que cada fragmento se adhiera, crezca y, con el tiempo, recordara un arrecife funcional.
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Anthony Combatt, biólogo marino, explica la fragmentación y restauración de corales en San Andrés
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El archipiélago de San Andrés, el Providencia y Santa Catalina albergan el 77 por ciento de los Arrecipes de Coral de Colombia, la extensión de arrecifes más grande del país y uno de los sistemas más importantes del Caribe. Pero lo que alguna vez fue un jardín submarino que se desborda con los fanáticos, el cervicornis y los cerebros de coral, hoy es un paisaje desolado. «Uno se zumba y ve demasiada arena. Los arrecifes enteros están demasiado degradados. Algunos intentan recuperarse, pero han perdido tres dimensionalidad, color, vida», describe Laura Gómez, una joven apasionada por el océano, miembro de los restauradores azules.
Las causas son múltiples y acumulativas. El cambio climático ha elevado la temperatura del mar a niveles que estresan y le blanquean los corales. Las tormentas tropicales, cada vez más intensas, las comienzan como si fueran ramas secas. Y sobrepeso, sedimentación, turismo desregulado y contaminación agravan el problema. «El huracán Iota en 2020 no solo destruyó los arrecifes. También eliminó esa barrera natural que protegió la isla. Desde entonces, el mar entra con más fuerza», recuerda Anthony.
Aun así, entre las áreas degradadas, sobreviven los fragmentos: las colonias de oportunidad que se les calculan así, monstruos resistentes con potencial de regeneración. Son pequeñas piezas separadas que han logrado resistir. Son rescatados, se fragmentan nuevamente y se adhieren a los discos, que pueden cement con vidrio reciclado. Son, como los llama Laura, «los niños de un coral roto».
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Fragmentación coral para la restauración en San Andrés
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El esfuerzo es ambivalente en sus resultados. No todos los fragmentos sobreviven; La tasa de éxito depende de múltiples factores: la especie, la temperatura del agua, la ubicación o la fuerza de las corrientes. Aun así, cada intento se agrega en la raza de contrareloj para evitar lo que muchos científicos ya describen como un colapso ecológico inminente.
Los corales se reproducen de dos maneras: sexual y asexual. En el primero, liberan óvulos y espermatozoides en eventos en eventos conocidos como chispas masivas, guiados por las fases lunares. De esa mezcla, surgen larvas microscópicas que flotan hasta que encuentran un sustrato para mirar. Si logran anclar y sobrevivir a los múltiples riesgos del medio ambiente, formarán nuevas colonias. Es un proceso fundamental para mantener la diversidad genética, pero también frágil: de acuerdo con la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), menos del 1 % de las larvas de corales sobreviven hasta la edad adulta en condiciones naturales.
Por lo tanto, proyectos de restauración como San Andrés recurren principalmente a una reproducción asexual, más predecible y controlable. Se recopilan fragmentos vivos, como los de la Acropa cervicornis– que se han resistido al daño o se han separado naturalmente, y se dividen en porciones más pequeñas. La fragmentación es una técnica meticulosa: solo se seleccionan las piezas que retienen el tejido vivo, el calcio y la capacidad regenerativa. Ninguna pieza sirve. «Solo los fragmentos con tela viva tienen la posibilidad de desarrollar; de lo contrario, el coral muere», explica la NOAA, que ha documentado esta técnica en el Caribe.
Una vez fragmentados, se fijan a estructuras flotantes o bases rígidas que funcionan como viveros marinos. Allí, bajo la observación constante y protegidos de los depredadores, inician un proceso de regeneración similar al de una herida que duda: construyen un nuevo esqueleto calcáreo y expanden su tejido. Según el consorcio de reestorración de coral, especies ramificadas como Acropa cervicornis Pueden crecer entre 5 y 10 centímetros por año, y alcanzar un tamaño adecuado para ser trasplantados al arrecife en un período de 9 a 12 meses. La tasa de éxito varía entre 60 y 80 por ciento, dependiendo de las condiciones ambientales y el monitoreo.
«Es como cultivar un jardín marino», explica el biólogo Anthony Combatt. «Cada fragmento puede convertirse en el comienzo de una nueva colonia si cuida la paciencia y las condiciones adecuadas», dice.
La verdad es que cada uno de esos fragmentos que se adhiere y crece representa un vínculo vital en la reconstrucción de un ecosistema que ha visto desaparecer gran parte de su arquitectura viva. El coral no es solo un organismo; Es refugio, cuna y frontera. Un pilar invisible del equilibrio marino.
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Proceso de siembra de coral en San Andrés
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Desde 2023, Blue Restaurers lidera con aliados como Coralina, la autoridad ambiental del archipiélago, Isdin y Greensuls Global Un proceso de restauración de coral en el Caribe colombiano que combina la ciencia, la educación y la acción comunitaria. El objetivo no es solo siembra de corales, sino que regenere la vida, entrenar a los jóvenes locales y sensibilizar a una sociedad que aún no dimensiona lo que se pierde cuando el mar se queda sin arrecifes.
«Cada coral que logramos para restaurar es una estructura viva que puede albergar pescado, camarones, tortugas. Es devolver la arquitectura al océano», dice Laura, mientras supervisa los fragmentos que se fijarán en los viveros. Las estructuras deben mantenerse limpias. Y, por lo tanto, el monitoreo y el mantenimiento periódicos son esenciales. Es un trabajo meticuloso que exige paciencia y perseverancia.
«Si podemos devolver algo positivo al planeta, y en este caso al mar, que nos ha dado tanto, y para restaurar la vida para el futuro, debemos hacerlo y promover que otros lo hagan», dice Ana Sofía Henao, uno de los modelos más reconocidos del país que ha estado integrando al equipo de Gresoouls durante cuatro años como capitán de este tipo de expediciones.
En el marco de esta alianza, ISDIN contribuirá con los recursos necesarios para incorporar al menos 2,000 fragmentos de corales ramificados a las guarderías instaladas este año. Después de su crecimiento controlado a través de monitoreo y mantenimiento técnico, los fragmentos se transferirán a áreas degradadas del arrecife.
Esta iniciativa también busca estudiar nuevas ubicaciones para establecer viveros y definir sitios de restauración prioritarios, basados en criterios de biodiversidad y resiliencia. Aun así, los desafíos son enormes frente a la magnitud del deterioro.
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Corales plantados en San Andrés
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Una vez que el equipo de Blue Restaurers supervisa que las cuerdas con los fragmentos de coral se ajustaron y el proceso está documentado, el momento final llega: el descenso a 13 metros de profundidad.
Con el mar más oscuro y frío, Laura y Anthony bajan la estructura rígida juntas, la primera guardería coral fija de esta misión, y colocándolo en la arena. No hay palabras, solo burbujas. Con los últimos rayos del sol que se escabullen en diagonales líquidos, ajustan cada cuerda como si atan una semilla. Cuando emergen, sonríen, exhaustos.
«No se trata solo de salvar una especie. Está protegiendo la historia viva de una comunidad que ha crecido con el mar y el mar», dice Anthony.
En el fondo, entre peces cautelosos y corrientes suaves, permanecen los primeros lechos de coral instalados por esta alianza. Serán monitoreados por meses. Algunos no sobrevivirán; Otros, si las condiciones lo permiten, crecerán y se adherirán al arrecife. Cada uno es un intento específico de recuperar un ecosistema que, sin intervención urgente, podría tener un deterioro irreversible.
David Alejandro López Bermúdez – @Lopez03david – [email protected]