
Existen columnas que se consideran impopulares, y esta es claramente una de ellas. Las verdades incómodas deben ser escritas y publicadas, incluso si resultan molestas para algunos. Es un hecho que la mayoría de las personas no siempre toman decisiones correctas; a menudo cometen errores. El juego de la democracia exige mayor responsabilidad, y esto se demuestra de manera reiterada. Vivir en comunidad implica cortesía y habilidades sociales, especialmente en el uso compartido de áreas comunes, como las carreteras públicas, donde cada día interactúan peatones y conductores de distintos vehículos, incluidas las populares motocicletas. Esta situación, que se asocia comúnmente con el «concepto» de libertad y facilidad de movimiento, ha llevado a un rechazo por parte de algunos hacia la cortesía y el respeto hacia los demás.
La tesis en cuestión es bastante simple: entre todas las carreteras y en medio del denso tráfico, parece que muchos motociclistas aún no han desarrollado la capacidad de comprender las consecuencias de sus actos, ya sea en términos de imprudencia hacia ellos mismos o en el daño que pueden causar a otros actores en la vía. El motociclista promedio parece carecer completamente de empatía por la seguridad de los demás. Es común observar cómo muchos de estos ciclistas violan las normas de tráfico, sin detenerse en las luces rojas, invadiendo espacios prohibidos y acelerando sin consideración alguna. Además, muchos transportan personas y objetos de manera irregular, utilizando motocicletas sin luces y mostrando un total desprecio hacia las autoridades que regulan el tránsito. Más allá de la actitud imprudente, existe una percepción errónea de que el uso de motocicletas, al ser más asequible en comparación con un vehículo convencional, justifica su comportamiento durante la conducción, lo cual es completamente inaceptable.
No hay un rincón en Colombia que sea ajeno al caos generado por los motociclistas. Las motocicletas han proliferado en un contexto de subdesarrollo, convirtiéndose en vehículos masivos y, a menudo, invasivos. En la ciudad de Panamá, se ha establecido un certificado que impide que los conductores de motocicletas colombianas o venezolanas sean bien recibidos. A menudo, quienes manejan estas bicicletas están convencidos de que todas las normas les son indiferentes y que las obligaciones hacia otros conductores no les conciernen. Las estadísticas no mienten: el involucramiento de motocicletas en accidentes de tráfico es alarmante. Asimismo, en la ejecución de delitos como robos y asesinatos a sueldo, las motocicletas tienen una participación significativa. La vida nocturna de las ciudades también ha visto un cambio debido a la aceptación social de este tipo de comportamiento. Recientemente, en Cali, la «influencia» de estos motociclistas convocó a miles de ellos, sumergiendo a la ciudad en el caos. Este tipo de manifestaciones ha ganado popularidad en otras ciudades; en Bucaramanga, el 31 de octubre, se notó un descontrol similar. Los ciclistas parecen actuar sin restricciones.
La incapacidad de las autoridades para controlar el uso de cascos y dispositivos de seguridad, así como la falta de regulación sobre la inspección técnica mecánica y el respeto a las normas de tráfico, es preocupante. En este entorno, las motocicletas han ganado terreno; son las voces que se han alzado en la anarquía. Es esencial que todos los motociclistas asuman la responsabilidad civil correspondiente, así como que se implemente un peaje para motocicletas. Asimismo, la obtención de una licencia de motocicleta debe estar condicionada a un riguroso entrenamiento y examen que evalúe aspectos médicos, psicológicos, técnicos y de manejo; no cualquiera debería manejar una motocicleta.
El motociclista tiene la responsabilidad de no sobrepasar los límites de velocidad, asegurando así la seguridad de los demás. Es el momento de establecer fronteras claras y normas firmes, tal como se hace en otros países con sus conductores. La irresponsabilidad y la marginalidad no deberían ser una justificación para la conducta de los motociclistas. Es vital que las autoridades impongan la ley de manera efectiva. Tanto los conductores de motocicletas como sus pasajeros deben ser responsables del caos al que contribuyen. Los ciclistas han llegado a convertirse en actores políticos que afectan las elecciones locales, apoyando a candidatos que prometen más privilegios para este grupo. Parecen tener poco o ningún interés en la seguridad de los demás, y es hora de que se replanteen esta actitud irresponsable hacia la conducción.
León Sandovalferreira