Economía

Los terroristas y la aristocracia sueca: la incoherencia del gobierno – En un click

Los terroristas y la aristocracia sueca: la incoherencia del gobierno

 – En un click

Colombia atraviesa un momento político en el que las contradicciones superan las palabras, cuando el Gobierno que llegó al poder enarbolando la bandera de la vida, la paz y la austeridad enfrenta hoy una tormenta política sin precedentes por la compra de aviones de combate suecos Gripen por 16.500 millones de pesos y, en paralelo, en ese ambiente exclusivo se celebró la exhibición internacional de la primera dama, la primera dama y el contrato sobre el ámbito exclusivo militar. cerrado. No se trata de rumores aislados ni de especulaciones mediáticas. Esta es una percepción nacional creciente: algo no cuadra, algo apesta, algo está completamente reñido con el proyecto político que millones de colombianos creían apoyar. La coherencia siempre ha sido un bien político escaso. Pero cuando el propio gobierno la compromete, la confianza pública se ve socavada. En este contexto surgen dos preguntas que, aunque desagradables, son inevitables: ¿los aviones de guerra fueron comprados para un gobierno que prometió no bombardear a menores? y ¿Por qué la primera dama vive como una aristócrata en Suecia justo cuando Columbia compra aviones suecos?

Esto, más allá de la preocupación, nos deja con profundas reflexiones nacionales, pues Gustavo Petro ha construido gran parte de su carrera política condenando los atentados con bombas en los que han muerto menores de edad reclutados por grupos armados. Señaló al Estado, durante su mandato parlamentario, por violar el derecho internacional humanitario. Prometió no repetir la práctica y prometió que la vida bajo su gobierno prevalecería sobre la lógica militarista. Hoy, sin embargo, el país está presenciando la adquisición militar más cara en décadas: 17 aviones Gripen, máquinas supersónicas diseñadas para la superioridad aérea y los ataques de precisión. El gobierno confirma que son necesarios para la modernización del Ejército del Aire. Pero la contradicción es obvia: ¿cómo se concilia la promesa de proteger a los menores con la compra de bombarderos de próxima generación? Nadie puede afirmar que estos aviones se utilizarán contra niños, pero la desconexión política es palpable cuando se promete algo y se cumple lo otro.

Al mismo tiempo, investigaciones periodísticas de medios suecos y colombianos demostraron que Verónica Alcocer visitó hoteles de lujo, restaurantes exclusivos y círculos aristocráticos en Estocolmo, incluso después de haber sido incluida en la lista de Clinton. Petro aseguró que no recibe ni un peso de las arcas, pero esta afirmación plantea una pregunta aún mayor: si no es dinero público, ¿de dónde salen los fondos para este estilo de vida? No hay pruebas públicas que vinculen directamente a la primera dama con la compra del avión, pero la coincidencia es sin duda política: la primera dama en el entorno de la nobleza sueca, la empresa Saab que firma el contrato con Colombia, está siendo investigada en varios países por presuntos sobornos y un estilo de vida inexplicable sin fuentes claras de financiación. Las coincidencias son importantes en política y con razón a coincidencia superlativa.

Es importante precisar que estas dos preguntas no constituyen una acusación penal, pues aunque no hay pruebas públicas que confirmen que los aviones serán utilizados para bombardear a menores o que la vida noble de la primera dama provenga de dinero irregular. Pero en política, la legitimidad es destruida no sólo por los crímenes, sino también por las inconsistencias, los silencios y las decisiones inexplicables. Un gobierno que prometió paz, austeridad y defensa de la vida no puede evitar explicaciones cuando compra bombarderos por 16.500 millones, su primera dama parece vivir como una noble europea, no se sabe quién financia ese estilo de vida y coincide con un contrato militar con una empresa globalmente dudosa. El país merece respuestas sin evasiones, sin discursos, sólo se buscan respuestas.

Las dos cuestiones que desafían hoy al Gobierno (por qué se compran estos bombarderos y cómo se financia la vida aristocrática de la primera dama) no son producto de fantasías de la oposición ni de maniobras mediáticas: son el resultado lógico de una serie de acontecimientos que contradicen la narrativa central del Gobierno. Es importante recalcar que ninguna de estas cuestiones implica una imputación penal. No hay evidencia que confirme que los aviones fueron comprados para bombardear a menores o que la primera dama recibió sobornos o dinero relacionado con el contrato Gripen. Sin embargo, la política es más amplia que el derecho penal y las apariencias importan, las contradicciones pesan y las inconsistencias se rompen. Un gran contrato militar que coincide con la inexplicable presencia de la nobleza sueca no prueba un delito, pero sí revela un profundo desorden ético.

Una nación que eligió a un presidente que prometió defender la vida observa con desconcierto cómo se compran bombarderos mientras se consolida un estilo de vida ajeno a cualquier austeridad republicana. Cuando el discurso se convierte en una sombra lejana de la acción, el Estado tiene el derecho y el deber de exigir claridad, incluso si las cuestiones son difíciles de verificar, pero imposibles de ignorar cuando ha llegado este Gobierno que promete coherencia moral. Hoy, entre bombardeos a menores, sobornos y despilfarro con la nobleza sueca, se enfrenta a su mayor desconexión.

Luis Fernando Ulloa

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