Chile está remodelando su mapa político tras elecciones que mueven al país hacia posiciones más conservadoras
Por: Editorial Política EJE 21
Santiago de Chile, 18 de noviembre de 2025. La primera vuelta electoral celebrada el domingo abrió un nuevo capítulo en la política chilena. En una jornada ordenada, con importante participación y ágil control, el país demostró una vez más la fortaleza de sus instituciones democráticas. Pero al mismo tiempo, reveló un profundo movimiento del electorado hacia opciones más conservadoras, un cambio que no aparece como un estallido momentáneo sino como parte de una transición que Chile ha estado experimentando durante varios años.
La actuación de José Antonio Kast, el candidato de la extrema derecha, sorprendió incluso dentro de su propio sector. Su consolidación como la persona con mejores opciones para competir en la segunda vuelta refleja una combinación de factores: la acumulación de malestar civil ante la inseguridad, el freno económico y la percepción de la ineficiencia del Estado, especialmente entre las clases medias que en los últimos años han visto deteriorarse su calidad de vida. Las encuestas parecen más que un rechazo específico al gobierno de Gabriel Boric para expresar un deseo de estabilidad, certidumbre y gobernabilidad.
Los hallazgos legislativos refuerzan esta lectura. El progreso del Partido Republicano en ambas cámaras es parte de una tendencia de largo plazo. Luego de la pandemia social de 2019, Chile osciló entre extremos: primero presentó una propuesta constitucional progresista que finalmente fue rechazada; Luego votó por otro, planteado desde la derecha, que también fue descartado. Este doble fracaso mostró un país con un claro deseo de cambio, pero sin consenso sobre la política. Ahora que el Congreso se inclina más conservadoramente, está claro que los votantes están dando prioridad a las propuestas de organización y eficiencia sobre el cambio estructural.
Esta medida no significa necesariamente un soporte sin reservas para todo el material de programación de Kast. Su discurso, que se centró en la seguridad, la vigilancia y la reducción del gasto público, está vinculado a preocupaciones reales y generalizadas. Pero su eventual ascenso al poder también abriría interrogantes sobre cómo gestionará un parlamento donde la derecha tiene más fuerza, pero no control total, y donde la gobernanza dependerá de acuerdos en lugar de mayorías automáticas. La pregunta clave es si su proyecto podrá cumplir con la agenda moderada del gobierno o si buscará impulsar reformas más profundas que podrían provocar resistencia.
Para el oficialismo, el panorama confirma la liquidación esperada. El ascenso de Boric al poder en 2022 estuvo acompañado de grandes expectativas y un clima político caracterizado por la esperanza de reformas rápidas. Sin embargo, la fragmentación legislativa, las limitaciones económicas y las dificultades para responder a problemas urgentes minaron el poder del gobierno. Sin embargo, sería una simplificación reducir el resultado a un voto de penalización únicamente. El país atraviesa una reestructuración política que trasciende al gobierno.
En medio de este escenario, la elección dejó un mensaje importante: la democracia chilena continúa funcionando normalmente incluso en momentos de alta tensión social y retórica polarizada. El cambio político se dio sin incidentes, sin cuestionar el proceso y con una ciudadanía que, a pesar del descontento, sigue apoyando el sistema institucional. En una región donde la desconfianza política se ha vuelto constante, la confianza en el sistema chileno vuelve a ser la norma.
De cara a la segunda ronda, Chile enfrenta un desafío crucial: traducir el deseo de orden y eficiencia en un proyecto que pueda manejar el conflicto sin escalar las tensiones. El país ha dado una señal clara de que quiere un cambio, pero también ha demostrado que no está dispuesto a renunciar a la estabilidad que históricamente lo ha caracterizado en América Latina. El resultado de las elecciones determinará hasta qué punto esta combinación es posible.