América Latina y el Caribe se miran una vez más en el espejo de la historia. El comunidades de países de América Latina y el Caribe (CELAC) enfrenta una vez más el desafío de demostrar que nuestra región puede hablar con una sola voz, defender sus intereses y construir un destino común, no impuesto desde afuera, sino tejido desde la diversidad que somos.
Una llamada de la historia
Hace más de una década, la CELAC nació como un compromiso con la soberanía: una casa común sin tutela externa, donde los pueblos de la región podían reunirse, dialogar y acordar su propio camino. Fue un eco contemporáneo de los sueños bolivarianos y martianos de una comunidad continental. Hoy, en medio de un mundo convulsionado por guerras, crisis climáticas y desigualdades crecientes, esa aspiración está recuperando significado.
Cada cumbre, cada declaración, cada reunión regional nos recuerda que la integración no es un ideal romántico, sino una necesidad vital. Esto por sí solo nos hace vulnerables, pero juntos podemos ser una fuerza capaz de transformar las estructuras injustas que aún condicionan nuestro destino.
Situación y oportunidad
El contexto actual abre una nueva posibilidad. La Presidencia Pro Tempore de Colombia (2025-2026) puede marcar un punto de inflexión. Con un liderazgo dedicado a la paz, la igualdad de género, la transición ambiental y la justicia social, Colombia tiene la oportunidad de promover una CELAC más activa, inclusiva y coherente con los desafíos de este siglo.
No se trata sólo de reuniones diplomáticas o declaraciones finales. Se trata de darle contenido humano a la integración, de conectar las principales decisiones políticas con la realidad de las personas: con las mujeres campesinas que protegen la tierra, con las comunidades de afrodescendientes que resisten dignamente, con los jóvenes que sueñan con permanecer en su territorio sin miedo y exclusión, con las mujeres que construyen la paz desde abajo.
Desafíos de unidad
La CELAC enfrenta tensiones, eso sí: diferencias ideológicas, ritmos económicos desiguales, crisis democráticas y la tentación constante de mirar más hacia el norte que hacia los lados. Pero también tiene algo que ningún otro bloque en el mundo tiene: una identidad común de resistencia, mestizaje, memoria y esperanza.
Mientras los grandes centros de poder global se disputan recursos, tecnologías o territorios, América Latina y el Caribe pueden disputarse el sentido del futuro: una integración basada en la solidaridad, la igualdad y la vida digna.
Más allá del habla
No basta con proclamar la unidad; Debe implementarse con voluntad política. La CELAC tiene mecanismos, mandatos y legitimidad, pero le falta lo esencial: la decisión real de actuar juntos.
Entender que la cooperación no debilita la soberanía, sino que la multiplica. Que la protección ambiental, la seguridad alimentaria, la salud, la educación y la igualdad de género no pueden depender de intereses aislados, sino de acuerdos sostenibles y coherentes.
Una región que todavía puede soñar
La historia de América Latina está tejida a partir de derrotas momentáneas, pero también de victorias morales, culturales y sociales que ningún imperio logró borrar. La CELAC representa esa posibilidad renovada de tejer esperanza desde el sur, de creer en una comunidad política de pueblos que no renuncian a su dignidad ni al derecho a soñar juntos.
Porque al final lo que definirá el futuro de la CELAC no será la retórica de sus discursos, sino la voluntad política de sus estados miembros de actuar juntos.
Es la verdadera frontera entre integración como palabra e integración como práctica. Entre la historia que se repite y la historia que finalmente se transforma.
La CELAC puede ser mucho más que un foro diplomático: puede ser el corazón palpitante del organismo político de América Latina y el Caribe.
Escuchando ese pulso, promovamos la creencia de que, unida, nuestra región puede cambiar el destino del planeta.
Petro le dio la sede a la CELAC, y no a cualquiera, 500 años de historia hablaron en nuestra hermosa Santa Marta, y el estado pidió disculpas a la UP, por los crímenes de lesa humanidad cometidos contra nuestro pueblo, y mañana muy pronto, más temprano que tarde, les pediremos disculpas a las cuchas porque tenían razón.
Marcela Clavijo