La política colombiana se mueve entre sombras y amenazas importadas. Lo que parece ser un episodio ordinario de sanciones de Estados Unidos contra el presidente Gustavo Petro, su esposa, su hijo y el ministro Benedetti, en realidad revela una estrategia calculada en la que la derecha colombiana juega un papel central. Detrás de unirse a la llamada lista clinton No sólo hay presiones de Washington y discursos incendiarios de Donald Trump.
Detrás de esta acción exterior hay un marco interno que merece más atención. No todo viene del exterior. Sectores de la derecha colombiana llevan meses preparando el escenario para que la acción estadounidense encuentre justificación y resonancia. Estos actores trabajaron en dos frentes. Por un lado, han mantenido una narrativa que retrata al gobierno como cómplice o cómplice del narcotráfico. Por otro lado, utilizaron las redes políticas y mediáticas para amplificar cualquier fracaso ejecutivo, hasta convertir un error administrativo en una supuesta falla estructural que justificaría medidas drásticas.
La derecha colombiana optó por el doloroso atajo de la confrontación en lugar del acuerdo nacional, negándose sistemáticamente a sentarse a negociar soluciones amplias e inmediatas. Prefiere la polarización, llamar a la violencia y crear escenarios de crisis que socaven la democracia, en lugar de contribuir a pactos que protejan la soberanía y el bienestar colectivo.
La escalada de amenazas verbales y medidas económicas anunciadas por la Casa Blanca no se produjo en el vacío. Los asesinatos de personas transportadas en embarcaciones en el Mar Caribe y el Océano Pacífico, la presencia de una flota naval con capacidad de intervenir en Colombia o Venezuela, las advertencias presidenciales sobre aranceles y sanciones son el resultado de una campaña que mezcla información falsa, verdades a medias y provocaciones directas.
En este tablero se debe indicar por nombre la contribución de los congresistas y actores políticos individuales. Senador estadounidense Bernardo «Bernie» Moreno, hermano del uribista Luis Alberto Moreno, ex embajador de Colombia en EE.UUmencionado por el presidente como uno de los iniciadores de la ofensiva, sirvió de eco internacional para quienes en Colombia buscan aislar al presidente y sabotear su gobierno. Esta exportación de hostilidad permite a los actores locales evitar la rendición de cuentas por décadas de complacencia frente a las redes ilegales y, al mismo tiempo, permite al gobierno de Estados Unidos intervenir con argumentos de seguridad hemisférica.
Mientras tanto, a nivel interno, las tácticas de la derecha no se limitan a la denuncia. Se esfuerza por tejer una narrativa funcional que no descarta la posibilidad de un golpe suave. Se erosiona desde dentro hasta que la opinión pública, los mercados y las instituciones internacionales aceptan como inevitable una intervención inicialmente vendida como una corrección técnica del tráfico de drogas. Este camino es peligroso porque convierte la política interna en un escenario de legitimación externa. Cuando quienes se supone deben ejercer el control político prefieren exacerbar la crisis, lo que pretenden y logran es dejar a la nación indefensa frente a las presiones extranjeras.
Incluso el gobierno no está libre de pecado. Sus oponentes han explotado sin piedad la imprudencia pública del presidente. El episodio del megáfono en Nueva York demostró que el teatro puede resultar caro cuando se trata de relaciones internacionales. Un líder que habla a la ligera frente a una audiencia global da municiones a quienes necesitan una excusa para convertir una crisis diplomática en una importante intervención económica o política. Esta imprudencia no excusa las amenazas extranjeras, pero sí las hace más fáciles y creíbles para los observadores que desconocen los matices y el contexto.
Es necesario señalar honestamente otra posibilidad. Si la operación de desgaste conocida como huelga suave fracasa, no está descartado que el siguiente paso sea una acción más agresiva desde el exterior. Esta acción puede presentarse como una intervención limitada, dirigida contra laboratorios y redes de narcotráfico. Esa historia funciona porque hay problemas reales que necesitan solución. El riesgo es que la supuesta solución se convierta en una tapadera para un derrocamiento político o medidas que reduzcan de facto la soberanía nacional. Señalando que esta posibilidad no es conspirativa. Uno piensa en voz alta para que no llegue otro día en el que nos arrepintamos de no haber escuchado las advertencias.
Defender la democracia requiere tres gestos urgentes. Primero, la oposición debe dejar de considerar un triunfo cualquier daño a las autoridades si ese daño va acompañado de una pérdida de soberanía. En segundo lugar, el gobierno debe moderar las medidas que aumentan su vulnerabilidad externa y priorizar la prudencia diplomática sin abandonar su agenda interna. En tercer lugar, la sociedad civil y los medios de comunicación tienen la obligación de investigar y mostrar quién en el país ha tendido puentes con intereses que hoy permiten la coerción externa.
Colocar la responsabilidad fuera y sólo fuera sería una lectura cómoda y peligrosa. El escenario actual muestra que existen responsabilidades internas compartidas que han permitido las disrupciones. Colombia necesita debate, transparencia y capacidad de maniobra autónoma. No se puede permitir que los actores nacionales, en alianza con intereses externos, conviertan la protección internacional en un instrumento para cambiar la correlación política por medios no electorales.
El país se encuentra en una encrucijada. Si la prudencia y la unidad nacional no llegan a tiempo, la próxima escalada puede no ser económica ni diplomática. Puede ser violento y ocurrir desde fuera, con el pretexto de luchar contra el narcotráfico. Pensar en esa hipótesis es doloroso y alarmante. Evitarla es una responsabilidad que corresponde por igual al gobierno, a la oposición y a los ciudadanos. Una democracia sólida la defienden instituciones y líderes fuertes que reconocen que el teatro no sustituye a la estrategia.
Luis Emil Sanabria