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Crisis en la convención histórica – En un click

Crisis en la convención histórica

 – En un click
Crédito: Daniel Quintero

Por: Editorial Política EJE 21

Pulso político

Bogotá, 16 de octubre de 2025. La izquierda colombiana logró lo impensable: convertir un instrumento democrático en una autoflagelación colectiva. Lo que alguna vez fue el sueño de Gustavo Petro de poner la casa en orden -una consulta interna que definiría un candidato único y limpiaría las listas del Congreso- terminó siendo una mezcla de drama legal, novela política y disputa entre vecinos.

A once días de la votación, la consulta sobre el Tratado Histórico ya no es una muestra de madurez democrática, sino una radiografía del caos interior del petrismo. Dimisiones, clientelismo, enfrentamientos, amenazas de impeachment y baja moral: es el panorama de una coalición que parece haber olvidado que el poder, además de ganarse, hay que saber gestionarlo.

Petro y su espejo roto

El concepto original tenía su propio encanto. El presidente Petro soñaba con una consulta que fortaleciera su movimiento y midiera la fuerza real de las políticas progresistas de cara a las elecciones presidenciales de 2026. Quería demostrar que la izquierda podía dejar atrás el sectarismo, elegir democráticamente a su candidato y, de paso, mostrar músculo político frente a un país que ya mira hacia la era post-Petro.

Pero el espejo se rompió antes de reflejar algo. Hoy, la consulta es más un símbolo de desorden que de unidad. El presidente, que impulsó con entusiasmo el proceso, terminó estancado en su propio invento: apoyó a Daniel Quintero, luego aprobó su retiro, luego insistió en mantener la consulta y finalmente pidió que todo siguiera «con normalidad». Coreografía confusa que deja claro que Petro está jugando con piezas que no pertenecen al mismo tablero.

La ironía es que la maquinaria que se suponía organizaría el pacto terminó exponiendo su decadencia interna. Si el presidente intentó medir la fuerza, lo logró: pero lo que midió fue la profundidad de las grietas.

Quintero, el mártir conveniente

La salida de Daniel Quintero fue el golpe más visible, aunque no necesariamente el más sorprendente. El exalcalde de Medellín nunca se instaló del todo en la dinámica del pacto. Era demasiado independiente para los ortodoxos, demasiado pragmático para los militantes y demasiado cercano a Petro para pasar desapercibido.

Su renuncia, coordinada con el presidente, fue presentada como medida cautelar ante el enredo legal del Consejo Nacional Electoral (CNE). Pero en el fondo tenía un aire de rendición anticipada. Quintero sabía que no tenía atmósfera. Su discurso dividió más de lo que sumó, y las encuestas internas lo mostraron en desplome en comparación con Iván Cepeda y Carolina Corcho, la nueva atracción del petrismo militante.

Los más cínicos dentro del pacto dicen que Quintero no renunció por dignidad, sino por cálculo: leyó los números y prefirió dimitir antes de hacer el ridículo el 26 de octubre. Aun así, su retiro dejó un vacío simbólico, pues demuestra que ni siquiera los aliados más cercanos del presidente ya confían en su estrategia de campaña.

Y Petro, lejos de marcar distancia, lo siguió en la decisión. Como entendió que su creación -esta gran consulta para unir a la izquierda- se le escapó de los dedos.

Crédito: Daniel Quintero

Un CNE que ni siquiera perdona sus propios errores

El Consejo Nacional Electoral, un viejo villano de la política progresista, aparece nuevamente como antagonista de la historia. Pero esta vez no hizo falta mucho esfuerzo para avergonzar a la convención: fueron los propios izquierdistas quienes lo defendieron.

Errores de forma en la fusión de los partidos, firmas mal introducidas, sesiones parlamentarias irregulares y decisiones tardías del propio comité político terminaron siendo el combustible perfecto para el sabotaje. Y el CNE, que nunca fue un modelo de imparcialidad, aprovechó cada descuido.

Como resultado, la consulta se registró como entre partidos y no entre partidos, lo que indica que el candidato ganador no podrá competir en una futura coalición con el centro izquierda. Es decir, la convención corre el riesgo de elegir a un candidato que se considere incapaz de competir. Un genio político digno de una tragedia parlamentaria.

La izquierda lucha contra sí misma (otra vez)

Lo más aterrador no es el vandalismo externo, sino la autodestrucción interna. Durante meses, Story Covenant ha actuado como un archipiélago de egos en guerra. Las diferencias ideológicas quedaron sepultadas bajo una avalancha de enemistades personales, desconfianza y vendettas políticas.

El episodio de la caótica convención de Columbia Humana en agosto fue el comienzo de este desastre. Aquella reunión, que terminó en peleas a gritos y acusaciones de manipulación, dejó una serie de errores procesales que luego el CNE aprovechó para negar la fusión constitucional. Fue la primera señal de que el movimiento no estaba preparado para gestionar su propia victoria.

Desde entonces, el pacto ha funcionado como una alianza cansada. Cepeda acusa a Quintero de oportunista; Quintero responde hablando de traición; Bolívar se burla del presidente; Corcho pide «unidad» mientras critica a medio mundo. Es la izquierda la que se devora a sí misma, convencida de que la culpa siempre es de fuera.

Miedo a las urnas: cuando el progresismo teme a la democracia

Quizás lo más revelador de esta historia sea la consternación por la baja participación electoral. Tácitamente, los estrategas de la Carta admiten que una votación de menos de un millón de personas sería un desastre simbólico. Eso significaría que la mímica, esa estación que Petro considera confiable y activa, ya no responde con la misma fuerza.

Los cálculos más optimistas hablan de 1,5 millones de votos. Los realistas creen que no superarán el millón. Los pesimistas –cada vez más– temen que la consulta no llegue ni a 800.000. En todos estos casos, la alianza se volverá más débil, más fragmentada y más siniestra.

La ironía final es que la derecha, silenciosa pero disciplinada, observa pacientemente cómo la izquierda trabaja contra sí misma. Mientras el petrismo está preocupado por las luchas internas, sus oponentes están reconstruyendo alianzas con discreción y calculadora en mano.

Un pacto que perdió el alma antes de perder las elecciones

La consulta del 26 de octubre ya no es un ejercicio de democracia interna: es una autopsia política. Lo que debería haber sido un partido participativo se convirtió en un recordatorio de que el poder sin estructura termina siendo un espejismo.

Petro, el gran estratega de la victoria de 2022, enfrenta ahora su mayor paradoja: su liderazgo, alguna vez el pegamento del progresismo, hoy también parece ser el solvente que lo desgarra.
La izquierda de Colombia, que llegó al gobierno prometiendo pasar a la historia, corre el riesgo de quedarse atrás, pero por razones equivocadas.

El 26 de octubre, más que elegir candidato, el Pacto Histórico medirá si todavía tiene algo de “histórico” o si, como todo en la política colombiana, terminó devorado por su propio ego.

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