
Por: Editorial Política EJE 21
La Paz, 21 de octubre de 2025. La victoria presidencial de Rodrigo Paz no sólo marca el final de una era política en Bolivia, sino que abre un capítulo lleno de expectativas y entusiasmo. Después de casi veinte años de supremacía bajo el Movimiento Al Socialismo (MAS) de Evo Morales, el país parece estar buscando algo más que un nuevo liderazgo: está buscando un alto el fuego. Paz llega al poder con un mandato claro –poner fin al perenne conflicto que ha paralizado al país– y con la enorme tarea de reconstruir la confianza en las instituciones que durante años se erosionaron junto con las luchas políticas internas.
La victoria de Paz, abrumadora y legítima, representa un llamado a la moderación. Su campaña se presentó como una alternativa al radicalismo, una apuesta por el centro en un país que ha vivido estancado entre la nostalgia del pasado y el miedo al futuro. A diferencia de sus rivales, el nuevo presidente evitó la retórica del enemigo y prefirió una narrativa de reconciliación: menos consignas, más gestión; Menos épica, más éxito. En una región donde la polarización se ha convertido en una estrategia política, este mensaje resonó entre los votantes que anhelan estabilidad y certeza.
Pero Bolivia no es un país fácil de gobernar. Hereda una economía débil, con un déficit fiscal creciente, una informalidad superior al 70% y una dependencia crónica de los ingresos del gas y los minerales. Los años de auge han quedado atrás y el alcance de las finanzas públicas ha disminuido significativamente. Paz debe hacer lo que muchos evitaron: tomar decisiones impopulares. Reducir los subsidios, diversificar la economía y restaurar la inversión extranjera sin descuidar la política social será un acto de equilibrio político y técnico. Y lo hará bajo la vigilancia de una ciudadanía cansada de promesas incumplidas y una oposición dispuesta a sacar provecho de cualquier fracaso.
Su victoria también pone fin a un ciclo político que marcó a toda una generación. El MAS, después de dominar la escena durante casi dos décadas, deja tras de sí un legado ambivalente: progreso social innegable, pero también corrupción, autoritarismo y un sistema estatal descuidado. Rodrigo Paz tiene una oportunidad –y una obligación– de demostrar que puede gobernar sin comportamientos de necesidad ni venganza. De lo contrario, su mandato podría convertirse en un simple tramo entre dos niveles de polarización.
El nuevo presidente ha prometido un gobierno de «puertas abiertas», sin exclusiones ideológicas, pero la historia reciente de Bolivia sugiere que la retórica de la unidad está siendo puesta a prueba desde el primer día. Será un desafío diario gobernar con un parlamento dividido, con el MAS aún manteniendo la integridad territorial y con sindicatos acostumbrados a la confrontación. Su éxito dependerá no sólo de su capacidad para tender puentes, sino de su capacidad para permanecer estable cuando llegue la presión. La moderación en Bolivia suele ser un lujo que pocos políticos pueden permitirse.
Políticamente, Paz tiene que afrontar una paradoja. Su victoria refleja una sociedad que pide cambio, pero también estabilidad. Los votantes no lo eligieron para romperlo todo, sino para poner orden. Tu desafío será lograr ese equilibrio sin caer en la inercia. El país no puede tolerar más giros bruscos ni experimentos ideológicos, pero no tolerará otro período de inacción. Necesita reformas estructurales: un sistema legal independiente, instituciones que funcionen, políticas públicas sostenibles y un Estado menos clientelista. Paz tiene la oportunidad de iniciar esa transformación, pero para lograrla debe demostrar que es más un político que un estadista.
Sin embargo, la oposición debe comprender que la época del conflicto debe llegar a su fin. Ni el MAS ni la extrema derecha pueden seguir apostando a la inestabilidad. Bolivia ha pagado un alto precio por esta política de todo o nada: parálisis institucional, desconfianza ciudadana y una economía cada vez más frágil. Si los derrotados en las urnas no aceptan las reglas del juego de la democracia, el país volverá a caer en el ciclo de bloqueos, protestas y gobiernos débiles que tanto daño han causado.
Bolivia enfrenta una oportunidad histórica. La elección de Rodrigo Paz no es el punto final de la crisis sino el punto de partida de la restauración. La gobernanza no se predica: se construye con gestos, con diálogo y con resultados tangibles. Si el nuevo presidente logra gobernar con equilibrio, sin arrogancia ni miedo, podría sentar las bases de un nuevo nivel político: menos apasionado, más racional; Menos ruidoso, más eficaz. Pero si repite los errores de sus predecesores (sectarismo, improvisación, desprecio por las instituciones), su victoria será una ilusión.
Bolivia no necesita un salvador, necesita un líder sensato. Rodrigo Paz trae legitimidad y esperanza, pero también una mochila llena de expectativas. Si logras comprender que tu principal desafío no es conquistar el pasado, sino reconciliar el presente, podrás cambiar el rumbo de un país que lleva demasiado tiempo dividido. El tiempo ya corre y con él la oportunidad de que Bolivia finalmente aprenda a gobernarse en paz.