El elecciones de los consejos locales y municipales de juventud (CLJ) celebrados este año son el reflejo más claro de una transición política silenciosa pero profunda que atraviesa toda una generación, ya que los jóvenes, que hace sólo cuatro años representaban el combustible de la protesta social y la bandera de los «cambios históricos», hoy parecen avanzar hacia una nueva lógica electoral con «menos ideología, más estructura», más «coherencia».
Así, en Bogotá, los resultados se reflejan elocuentemente en los 27 mandatos obtenidos por el Partido Centro Democrático y 16 por el Partido MIRA, lo que los consolida como la hegemonía juvenil inicial sustentada en la estructura y la disciplina, seguida por el Partido Verde con 14, Colombia Humana con 12, el Partido Liberal con 12 y el Liberalismo con el Partido Nuevo.
Sin embargo, el dato más revelador no reside en el crecimiento de la derecha, sino en el colapso del centro liberal de «galanistas», encarnado en el alcalde. Carlos Fernando Galánque, a pesar de haber logrado el apoyo histórico de más de 1,4 millones de votos en 2023, hoy parece imperceptible en el panorama de los jóvenes bogotanos, la pérdida de representación en los consejos juveniles locales que, más que un síntoma de desmotivación, representa un punto de inflexión en la derrota del principal centroderecha que resiente a los mayores estratos sociales de la ciudad, incluso por el gran estrato social de la Gala. desperdició la oportunidad de heredar una voz moderada y acabó diluyéndose entre los partidos tradicionales, fenómeno que confirma que la llamada centroderecha o ese difuso galanismo bogotano ha perdido su fervor, su polo cimentado y su conexión generacional, dejando a los jóvenes un terreno abierto para buscar nuevos referentes más disciplinados, coherentes y orgánicos.
Mientras tanto, la propia capital, el Partido Verde, convertido en el referente urbano por excelencia, mantiene presencia en casi todas las localidades, pero no logra consolidarse a nivel nacional, lo cual es comprensible porque aún no ha madurado lo suficiente para interpretar las diferentes regiones nacionales.
A nivel latinoamericano, la tendencia tiene reflejos similares con el fin del ciclo progresista que se consolidó tras la pandemia y la epidemia social chilena en 2019, en la medida en que ese impulso buscó reconfigurar la política desde la calle, aunque derivó en gobiernos de izquierda que prometieron bases sociales y económicas, pero que rápidamente se vieron atrapados en fragmentos administrativos internos. frustración.
En este contexto, las recientes elecciones presidenciales en Bolivia, donde el Movimiento al Socialismo (MAS) perdió el poder después de casi dos décadas de dominio absoluto, simboliza el comienzo de un nuevo péndulo latinoamericano en el que el idealismo progresista parece haber perdido su capacidad de traducirse en estabilidad, orden y eficacia.
El joven elector boliviano, como el colombiano, no se ha movido hacia la derecha, pero ha madurado políticamente, porque hoy busca seguridad en lugar de consignas y una gestión de valores más que emociones heroicas, pero sin eficacia práctica. El mismo comportamiento se observa en Argentina, Chile y Ecuador, donde amplios sectores juveniles urbanos se inclinan por opciones de centro o de derecha moderada, impulsados por el cansancio del populismo, la corrupción y la distancia entre el discurso de cambio y los resultados reales del gobierno. En consecuencia, la región en su conjunto parece estar encontrando un nuevo código generacional que redefine la política a partir de una época en la que el cambio aún es necesario, pero sólo plausible. cuando demuestra que puede ser, además de transformador, y manejable.
En Colombia, la izquierda gobernante atraviesa un momento de crisis política y moral basada en el discurso del «cambio» que se apaga por la falta de resultados y los escándalos de corrupción. La llamada Paz Total se convirtió en un laberinto institucional sin dirección; la reforma sanitaria se estancó por falta de consenso; la reforma de las pensiones fue cuestionada por el Tribunal Constitucional; y la política energética y medioambiental acabó en un completo fracaso.
A esto se suma la erosión ética del gobierno, las denuncias de corrupción que comprometen a la familia presidencial y la pérdida de credibilidad internacional. El resultado es un entorno político en el que la izquierda gobernante se queda sin una historia y los ciudadanos sin esperanza. Según este panorama -interno y regional- se puede predecir que el Pacto Histórico, que celebrará consultas interpartidistas el 26 de octubre, enfrentará poca participación y poca legitimidad.
Los grandes actores del progresismo, conscientes del hastío del gobierno y del rechazo de los ciudadanos, deberían pensar en reservarse para las elecciones de marzo de 2026, cuando se elija el nuevo Congreso. Allí, figuras con proyección nacional intentarán desmarcarse del petrismo radical y competir desde posiciones más pragmáticas y moderadas.
Esta es precisamente la estrategia que ya se percibe en líderes como Roy Barreras y Daniel Quintero, quienes avanzan hacia el centro e incluso hacia la derecha discursiva, al darse cuenta de que el país busca orden, resultados y reconciliación.
Ambos marcan un distanciamiento de los «petristas de pura sangre», manteniéndose en la izquierda ideológica, apartados del nuevo clima social. El turno de Roy Barreras, con su proclamación de una nueva agenda de «Seguridad Total», es una reinterpretación urgente del mensaje de la juventud, que quiere un Estado que funcione sin discursos de realismo mágico, pero que implemente políticas de seguridad, educativas y de empleo para los nuevos ciudadanos y deje atrás los anacrónicos sindicatos y sus consignas del pasado.
Aunque Colombia no vive el fin del progresismo, sino su madurez, la juventud, cansada de la retórica y el desorden, ha dejado de hablar para buscar resultados, trasladando su fe en el cambio hacia una política posible, técnica y realista. No es un giro ideológico, sino una reacción de sobrevivencia que los acerca al centroderecha como un espacio de equilibrio y efectividad, lo que implica una búsqueda de coherencia, donde toda la generación entendió que la verdadera transformación no nace del bloqueo sino de la responsabilidad ejecutiva y que sólo con resultados podemos creer en el cambio. Aprender de la juventud es lo que les queda a nuestros líderes políticos.
Luis Fernando Ulloa