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Perú, Caída Boluarte revela el colapso del sistema político – En un click

Perú, Caída Boluarte revela el colapso del sistema político

 – En un click

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Lima, 13 de octubre de 2025. De repente un rechazo de Dina Boluarte Porque la «incapacidad moral permanente», adoptada por la mayoría en la Peruidad, ha sacudido los cimientos de un sistema político que lleva años al borde del colapso. Ven al poder de la presidencia. José jeríUna persona poco conocida y al ser interrogada por la denuncia para sentencia, desató la ola de incertidumbre, protesta y sospecha. Perú vuelve a vivir un foro de náuseas repetitivas: un gobierno concreto, un parlamento detallado y una ciudadanía que monitorea el disgusto mientras la política se hunde en sus propias diferencias.

La democracia atrapada en su propio laberinto

En apenas una década, el país ha tenido ocho presidentes y algún parlamento disuelto. Lo que en otras democracias sería una crisis inusual, en el Perú se ha convertido en una crisis religiosa institucional. Cada decadencia se presenta como la necesaria limpieza del sistema, pero nadie ha podido curar las causas subyacentes: la falta de organización del Estado, los partidos en desintegración y una cultura política orientada a la venganza más que a la gestión.

El Congreso, caracterizado por un mosaico de grupos conservadores, fujimoristas y regionales, justificó la destitución de Boluarte como un atentado a la moral pública. Pero detrás de la retórica moral se percibe una lucha abierta por el control del poder, donde los intereses especiales superan a los intereses nacionales. La votación se resolvió a las pocas horas, sin Debate Ciudadano ni revisión judicial, lo que ha promovido acusaciones de golpe parlamentario.

Al mismo tiempo, el octavo presidente Boluarte debe caer dentro de veinte años. Su junta directiva, caracterizada por protestas sangrientas, acusaciones de política documental y una apasionante relación con el parlamento, terminó de la misma manera que sus predecesoras: compuesta por los mismos actores que antes la apoyaron.

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El vacío eléctrico y el regreso de la calle

La juramentación de José Jerí como nuevo jefe de Estado, lejos de mejorar el ambiente, ha reavivado el enfado popular. Diversos grupos sociales y sindicatos exigieron una central eléctrica en Lima, Arequipa, Cusco y Puno y denunciaron que el parlamento «se ha apoderado del país». Los manifestantes exigen reformas constitucionales que impidan el uso aleatorio de una forma de incompetencia moral y requieren elecciones generales inmediatas.

«Estamos cansados ​​de los mismos políticos que jugaron con nuestro futuro», dice Rosa Quispe, comerciante de Juliaca que participó en las protestas 2023. «Los nombres cambian pero el abuso es el mismo».

El nuevo Presidente, José Jerí, exdiputado y exministro de Energía, asume con una acusación aún pendiente y sin un apoyo político sólido. Su armario, que intenta estar en consonancia con el reloj, se enfrenta desde el primer día a un ambiente de desconfianza generalizada. Los expertos coinciden en que la estabilidad de su gobierno será de corta duración y que la exclusión de giros inesperados podría conducir a nuevas elecciones antes de fin de año.

Congreso: Poder sin legitimidad

El Parlamento de Peru, lejos de ser una contención institucional, se ha convertido en el centro sísmico de la crisis. Con discrepancias históricas (92% de desaprobación según IPSOS), el parlamento es considerado como una organización que aprueba leyes individualmente. Sus miembros han utilizado sistemáticamente la imagen de la presidencia para resolver los niveles políticos, debilitar la imagen de la Comisión y provocar el colapso del equilibrio de poder.

«El Perú vive la forma de un parlamentario sin responsabilidad», explica el politólogo Carlos Meléndez. «El Congreso decide cada junta, pero no asume las consecuencias del caos que produce.»

Al mismo tiempo, la falta de partidos nacionales con desarrollo y liderazgo ha reducido la política a las circunstancias de la Alianza y los acuerdos de poder. Las clases se desintegran o reinician cada pocos meses, según las comodidades del momento. El país realmente carece de un representante real: no hay una ideología constante, planes continuos o liderazgo que pueda formar un proyecto interno.

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Crisis más profunda: divorcio entre Estado y comunidad

La ruptura entre la clase de poder y los ciudadanos es hoy casi total. Ninguno de los poderes del Estado goza de credibilidad. La justicia es vista como corrupta, la presión tradicional como falta de responsabilidad y los partidos que sólo ocupan posiciones políticas. En el campo y en la región surandina, donde las protestas tienden a ser más ruidosas, el sentimiento de abandono y desprecio del área central se ha convertido en una estructura.

El Perú hoy es un país donde los mejores expertos no quieren dedicarse a la política. La diferencia entre cargos públicos, campañas de desprestigio y falta de garantías para controlar sin ser destituido han operado desde el sistema a quienes podrían renovarlo. El resto es una potencia controlada por la resistencia o por los más recelosos.

El resultado es un círculo vicioso: sin buenos políticos no hay buena política y sin una buena política el país sólo recupera la crisis.

Horizonte incierto

La caída de Boluarte no ha solucionado nada: ha reabierto todas las heridas. El Perú no sólo vive una crisis de liderazgo, sino una crisis de sistema, donde la democracia se mantiene más por inercia que por convicción. Los próximos meses serán decisivos. Si Jeri logra fijar una posición mínima, se podría abrir un camino hacia la conciliación institucional. Si fracasa -como todo parece indicar- el país se enfrentará a una nueva ola de protestas, parálisis económica y una mayor democracia.

Los problemas del Perú no son ocupar el salón de Estado, sino cómo reconstruir la confianza perdida entre el poder y el pueblo. Sin una reforma profunda (electoral, judicial y constitucional), ningún número podrá resistir el peso de un sistema claro.

Perú necesita un refinanciamiento político, no un parche más. El proyecto es Titanic: reconstruir el Estado, restaurar la ética pública y creer en la política como un servicio, no como un botín.

Hasta que eso suceda, el país seguirá caminando en la periferia de la inestabilidad y repetirá un ciclo que ya parece infinito.

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