


La oposición será un símbolo de resistencia internacional y propone un nuevo horizonte político para un país que se encuentra sumido en un colapso institucional.
Madrid, 11 de octubre de 2025. Conceder Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado No sólo representa un reconocimiento personal, sino un acontecimiento con profundas consecuencias políticas. De Felum, entrevistado el líder de la oposición en Venezuela País donde reflexiona sobre el significado de este galardón en medio de una de las fases más importantes de la historia contemporánea contemporánea de Venezuela.
El premio llega en relación con la palpación institucional, las sanciones internacionales, la hiperinflación y un humanitarismo sin precedentes en América Latina. Machado, de 58 años, está abrumado, pero decidido: «Esto es un impulso moral y político para toda Venezuela. Nunca hemos estado tan cerca de la libertad como ahora».
El Nobel, en su lectura, es más que un gesto diplomático: es una señal de que la comunidad internacional se ha puesto de parte, de que la versión oficial del chavismo -asentamientos de soberanía y antipoder mundial- comenzó a perder credibilidad incluso entre antiguos aliados.
La clandestinidad como fosa política
Desde hace más de un año Machado vive escondido. La persecución del gobierno de Nicolás Maduro la obligó a buscar refugio en redes civiles de apoyo y trabajó con sigilo para evitar ser detenida. Pese al aislamiento físico, su presencia política no ha disminuido: se mantiene activa en niveles digitales, embajadores y redes de comunicación que desafían a la Comisión Estatal de Información.
«La Clandetidad sufrió el primer shock devastador», confiesa. «Pero nos obligó a recomponernos, a crear una nueva organización. Hoy Venezuela está más formulada que nunca, incluso en la clandestinidad».
La capacidad de adaptación se ha convertido en su seña de identidad. Los llamados «comanditos», grupos de voluntarios diseminados por todo el país, actúan como células de resistencia civil. Machado, que se enfrenta al equipamiento estatal, al que se teme y a la dependencia económica, opta por una estructura horizontal, flexible y silenciosa.
El premio como catalizador de la transición
Para la oposición, el Premio Nobel se concede como un Catalizador simbólico y diplomático. De Washington a Bruselas, la Cancillería ha continuado el debate sobre la eficiencia de las transiciones democráticas en Venezuela. En palabras del propio Machado: «Estamos en el umbral de un cambio que se designará, porque el 90% de Venezuela quiere lo mismo».
Su discurso parte de una retórica de colisión y busca legitimidad moral: «No habrá venganza, pero habrá justicia», asegura, consciente de que todos los procesos de transición necesitan conciliar una sociedad profundamente rota.
El líder de la oposición sostiene que la junta chavista no puede mantenerse indefinidamente. «Esta no es una dictadura tradicional», afirma. «Estas son organizaciones criminales que se financian con el contrabando de drogas, oro, armas y seres humanos. Cuando se reducen estas fuentes de ingresos, el sistema colapsa. Y eso es lo que está sucediendo».
El aislamiento internacional de Maduro
Aunque el chavismo intenta descuidar la importancia del reconocimiento, el entorno internacional lo sigue de cerca. La respuesta del Gobierno español -cautelosa y tardía- ha contradicho la hostilidad de industrias políticas como la del exvicepresidente Pablo Iglesias, que comparó irónicamente el Premio Nobel con el galardón «a Hitler por Postuly». Machado respondió sin estridencias: «Dependiendo de dónde venga el ataque, puede ser más elogiado».
El comentario contiene mensajes políticos calculados: no hay necesidad de lidiar con distracciones, porque la opinión del Premio Nobel habla individualmente. Desde una perspectiva internacional, el chavismo enfrenta un aislamiento progresivo. Las sanciones se han convertido en herramientas de presión diplomática y la narrativa de la «política de potencia mundial» pierde fuerza ante la evidencia de un colapso interno.
Es necesario el diálogo con Washington. Machado confirmó que habló con el expresidente Donald Trump, a quien agradeció «firmemente ante el sistema narcoterrorista». Sin embargo, evite explicar el contenido de la conversación. Su intención, más que denunciar alianzas, parece ser la de dar una imagen de oposición reconocida por los principales actores del poder internacional.
El problema de las negociaciones.
Uno de los temas más profundos de Venezuela es posible Negociaciones entre el gobierno y la oposición. Machado no lo excluye, pero sí las condiciones. «Desde que ganamos las elecciones», dice, «hemos estado dispuestos a negociar que permitan justicia, nunca venganza. Pero Maduro decide: se va o no negocia».
La frase, poderosa y calculada, marca una línea de retorno entre realismo y determinación. Para Machado, las únicas negociaciones posibles conducen a transiciones democráticas reales, no a la distribución del poder. «Hay quienes todavía piensan que el chavismo se puede mejorar desde dentro», advierte. «Este es un error histórico. Este sistema no se renueva, por lo que se reemplaza».
Su visión es la solución política que esté bajo la supervisión de partidos internacionales, con responsabilidad judicial y con participación civil. En su discurso, armonía no significa impunidad, sino justicia rejuvenecedora.
Tierra ocupada por el crimen
Machado sostiene un ensayo rupturista: «Venezuela está ocupada». No con extranjeros, dice, sino con organizaciones criminales multinacionales. «Aquí trabajan colombianos, iraníes, rusos, cubanos, Hezbollah y grupos armados de Hamás. No es una exageración, es una realidad documentada. Los países de América Latina lo saben y ya no tienen excusas: o tienen al pueblo venezolano o con el crimen organizado».
Esa afirmación plantea el conflicto en Venezuela como una cuestión de continenteNo sólo los derechos humanos. En este marco, el Nobel se interpreta como un resurgimiento del hemisferio: Venezuela, más que una dictadura, sería la base de acciones por crímenes políticos y económicos regionales.
Machado se esfuerza así por poner a su país en medio de programas geopolíticos que obligan a los estados vecinos -como Brasil, México o Colombia- a tomar una postura. Sus mensajes son directos: «No pedimos intervención, pedimos consenso activo».
El poder moral como última frontera
Más allá del argumento, el litigio de Machado se fundamenta en el principio necesario: la resistencia moral. En un país donde la censura, la persecución y la pobreza han sido herramientas para controlar la regulación política, el llamado a la ética ha transformado peso. «El poder del gobierno es el miedo. Nuestro poder es la esperanza», repite a menudo.
La esperanza, hoy patrocinada por el Premio Nobel, significa protagonistas políticos renovados. Machado no sólo involucra a la oposición de Venezuela, sino que también representa la posibilidad de una nueva fase en la política de América Latina: una en la que la legitimidad no provenga del poder, sino del reconocimiento moral y democrático.
Punto para no dar marcha atrás
El chavismo, a pesar de la evidente confianza, enfrenta la estructura de la erosión. La economía se mantiene por reserva, la corrupción es endémica y los vecinos, inteligentes, han perdido su capacidad de sorprender. El Premio Nobel Machado es un recordatorio de que el mundo todavía está vigilando.
Al final de su conversación con PaísEl dirigente se muestra sobrio: «Estos premios no son míos. Son de los que murieron, de los presos, de los que están lejos y de los que siguen en pie. Venezuela es casi más libre que nunca».
El reconocimiento internacional no soluciona la crisis venezolana, pero cambia el eje de la historia: de la desesperanza al desafío. El futuro político del país aún es incierto, pero una cosa parece clara: el mito de la inflexibilidad del chavismo comienza a resquebrajarse.
Fuente: El País (España)