
La elección de un nuevo magistrado de la corte constitucional se ha convertido en un elemento tenso y revelador de la política colombiana reciente. El presidente del propio Gustavo Petro afirma que esta decisión «definirá toda la alianza de la alianza en el Parlamento de la República», dejó en claro que la independencia de los tribunales está bajo control. Una declaración sobre esa calidad no solo consideró el tribunal, sino el interés desnudo de la Comisión para comprender la justicia para fluctuar de sus alianzas parlamentarias.
El trasfondo de esta disputa es inquietante: un empate inédito en el Senado, con 52 votos para Carlos Camargo y 52 para Patricia Balanta, refleja la polaridad y las debilidades de las instituciones en las que el país se está moviendo. En lugar de pensar en el mérito, el seguimiento y la responsabilidad de la imparcialidad, la elección se ha reducido en un pulso político donde el gobierno busca apoyarse en el equilibrio a toda costa. La advertencia del presidente sobre «no entregar a aquellos que han apoyado el fascismo» no es una advertencia moral, sino una estigmatización destinada a dividir el parlamento entre los leales y los enemigos.
Desde un punto de vista legal, es imperativo recordar que el Tribunal Constitucional está llamado a ser el contrapeso más fuerte para el poder político. Sus comisionados del condado deciden sobre la gobernanza de la ley y las acciones del gobierno, revisan a los guardianes que influyen en los derechos fundamentales y, en muchos casos, determinan el alcance de la acción presidencial en sí. Que Petro intenta leer esta elección como una simple «Alianza Barómetro» niega la esencia del estado de derecho. El tribunal no es ni debe ser una extensión del parlamento o el espacio para recompensar la lealtad.
En este escenario, la intervención del abogado Gregorio Eljach y el activista del gobierno en interés de Patricia Balanta plantean serias dudas sobre la autonomía de la competencia. Balanta, con un camino impecable en el juicio, corre el riesgo de ver su nominación con el fallo que han hecho para apoyarlo. Por el contrario, Carlos Camargo, aunque con apoyo en la oposición, reduce las preguntas de peso para su manejo de la oficina del defensor del pueblo. El resultado es un problema de nombre inapropiado: ambos candidatos terminan más por sus obligaciones políticas que por su capacidad para proteger la constitución.
El debate sobre la independencia de la corte no es convincente. En un país donde las rutas de vigilancia son débiles y la Comisión ha demostrado un estado de ánimo central y de colisión, el arresto del Tribunal Constitucional significaría un duro golpe para el equilibrio de poder. Es suficiente recordar la tensión constante de Petro en la oficina del fiscal, el Secretario de Justicia y el Consejo de Estado para advertir que su relación con la justicia se caracteriza por la presión y la desconfianza. Si el Senado devuelve esta lógica, el Tribunal se convierte en un entorno diferente de lucha política y no en el garante de los derechos y la libertad.
El riesgo adicional es que esta elección, lejos de fortalecer la legitimidad de la corte, está involucrada en los ciudadanos para sentir que la justicia depende de los clientes. En cambio, los movimientos de última hora y en el Partido Liberal, que se suman a los ejercicios del gobierno, lo que demuestra que el «cálculo de votos» lógico ha prevalecido sobre la reflexión legal. Esto deteriora la confianza en un juicio de que Paradójico debe ser la última línea de defensa contra el abuso del poder político.
El llamado a la independencia, que el agente, Iris Marín, debería ser el eje del debate. No es una cuestión de relación ideológica, sino el deber constitucional del Senado para garantizar que los comisionados del condado, la imparcialidad y la visión. El hecho de que la igualdad de género y el nacionalismo sean preciosos, pero no deben usarse como una cortina de humo para cubrir la intervención política del gobierno. La diversidad debe ser apoyo, nunca guiado.
Lo que está en juego esta semana no son solo vacantes en el tribunal constitucional, sino la credibilidad de la justicia colombiana. Si el Senado cambia esta elección a una moneda para una alianza política en la que Petro quiere confiar, habrá dado otro paso hacia la política del poder judicial. El tribunal debe ser el gobernador de la constitución, no el botín en la guerra. La democracia colombiana necesita jueces que no teman a la Comisión o la Legislatura, sino que solo respondan a la Constitución y los Ciudadanos.
Xg