

La guerra en el norte del Magdalena nunca ha desaparecido. Sólo ha cambiado de cara, de jefes y de uniformes. Desde 2010, cuando comenzó el enfrentamiento entre estructuras criminales que buscan dominar las rutas del narcotráfico y la extorsión, Las balas no han dejado de sonar en los municipios que limitan con la Sierra Nevada y la Troncal del Caribe.
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El balance es aterrador: 4.356 personas asesinadas en 15 años. Cada número representa una historia rota: agricultores, mototaxistas, jornaleros, jóvenes reclutados o asesinados por negarse a colaborar con las pandillas. en pueblos como Ciénaga, Zona Bananera, Fundación y Pivijay, La muerte pasó a formar parte del paisaje cotidiano.
«El conflicto nunca se desactivó. Sólo se transformó y descentralizó. Lo que tenemos hoy es una guerra por las economías ilegales. donde los grupos armados sustituyeron al Estado”, explica Lerber Dimas, director de la Plataforma de Defensa de los Derechos Humanos de Sierra Nevada.
Según Dimas, el control del narcotráfico y la extorsión mantiene subyugadas a comunidades enteras, que viven entre la pobreza, el silencio y el miedo.
2024 fue el año más violento… y 2025 podría superarlo
El informe más reciente de la Plataforma de defensores de derechos humanos revela que 2024 cerró con 479 homicidios, la cifra más alta en 15 años. Pero 2025 amenaza con superar ese récord: hasta septiembre se han registrado 435 asesinatos.
La cinta amarilla vuelve a marcar otra escena del crimen en Magdalena. Foto:Redes sociales
Santa Marta encabeza la lista con 144 homicidios, seguida de Ciénaga y Zona Bananera, con 85 casos cada una. Las autoridades locales reconocen la gravedad de la situación, pero la respuesta institucional sigue siendo limitada.
«Hay una desconexión entre los programas de paz del Gobierno y la realidad territorial. Mientras en Bogotá se habla de diálogo, en el norte del Magdalena la gente sigue cayendo bajo las balas», señala. la abogada y analista de seguridad, Claudia Vaquero.
En los primeros años, los combates se concentraron en las zonas rurales. Sin embargo, la violencia se trasladó a los centros urbanos: mototaxistas abatidos en plena vía, comerciantes extorsionados y jóvenes asesinados sólo por vivir en el barrio “equivocado”. El miedo se respira en cada esquina. Muchos prefieren no hablar ni informar.
La guerra entró en los barrios
En sectores como San Juan, Tucurinca o Cordobita, el conflicto ya no distingue entre campo y ciudad. Los grupos armados regulan la vida social: deciden quién entra, quién vende, quién trabaja. También reapareció el fenómeno de la “limpieza social”, con panfletos amenazantes y asesinatos selectivos.
Más policías patrullan zonas urbanas y rurales debido al aumento de homicidios en la región. Foto:Redes sociales
“El mensaje es claro: quien no obedece, muere. En las ciudades pequeñas no hay lugar para la neutralidad«, denuncia un líder comunitario de Zona Bananera.
La población civil, atrapada en el medio, sobrevive bajo un régimen de miedo. Muchos jóvenes, sin opciones laborales, acaban siendo reclutados o se convierten en colaboradores forzosos. Otros simplemente desaparecen.
Llamado urgente al Gobierno Nacional
Esta semana, la Plataforma de Defensa de los Derechos Humanos emitió una contundente declaración: «Los asesinatos de trabajadores humildes se han vuelto rutinarios. Pedimos la intervención del Estado antes de que la región se hunda aún más en la barbarie».
El documento exige la presencia de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz y la implementación de protocolos humanitarios dentro de los diálogos con las Autodefensas Conquistadoras del Sierra Nevada (ACSN) y el Ejército Gaitanista de Colombia (EGC).
«La paz total no puede seguir siendo una promesa abstracta mientras el número de muertes sigue aumentando. Se necesitan acuerdos humanitarios inmediatos para proteger a la población civil», insiste Lerber Dimas.
“Los Primos”: una nueva amenaza
A la ya compleja situación se suma la aparición de un nuevo actor: “Los Primos”, una organización que opera entre Ciénaga y Zona Bananera y que, según denuncias, mantiene la lógica del paramilitarismo. Control territorial, cobro de honorarios, amenazas y homicidios selectivos forman parte de su repertorio.
La Plataforma solicita que este grupo sea incluido en los canales de diálogo de Paz Total. Sin embargo, en las comunidades pocos creen en las promesas oficiales. La gente vive en resignación y escepticismo.
«Aquí la guerra se convirtió en un paisaje. Uno aprende a vivir con las balas como con el calor», dice María Elena Gutiérrez, comerciante de Ciénaga.
Una región que se niega a olvidar
Mientras el país centra su atención en otros frentes del conflicto, el norte del Magdalena sigue contabilizando muertos. Las familias entierran a sus hijos con miedo, sin respuestas ni justicia. En los barrios y en las aceras, la esperanza se disuelve como el polvo en las carreteras calientes.
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«Necesitamos garantías reales para la vida. Que cesen los asesinatos, que se respete la dignidad humana», concluye el comunicado de la Plataforma.
Pero en la memoria colectiva pesan ya los nombres de 4.356 víctimas, y la pregunta que nadie quiere responder: ¿quién será el próximo?
Por Roger Urieles, para EL TIEMPO Santa Marta. En X @rogeruv